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Novela histórica 439 José Antón le hacia presente con mucha pena que asi lo creía también él, pero que en la orden recibida era el primero que tam- bién obedecía. —¿Quien os manda sobre mi? Y sin esperar contestación, y estimulada más y más en marchar por la misma prohibición, daba orden de que inmediatamente car- gasen en el coche sus baules. —No os empeñéis, señorita. Dariais un escándalo que os con- viene evitar y al fin la autoridad os detendría y en peor casa que la mía. —¿La cárcel? ¡Oh! Esto es horrible. ¿Y hasta cuando he de es- tar aquí, y asi? —Pronto lo sabréis, señorita. Acaso antes de cuatro días. Efectivamente; Carlos, después de gestionar con los goberna- dores civiles de Zaragoza y San Sebastián que se la detuviese en secreto ó con la fuerza pública hasta poderia hablar él y conven- cerse de un crimen, se presentó en Irún en coche particular el día 30 de noviembre. Fué introducido inmediatamente á la presencia de Elisa. Esta se alegró al verle, se levantó de su asiento, y con las manos exten- didas caminaba hácia él con la impaciencia de recibir una noticia. Jarlos no había dado un paso hacia dentro desde la puerta. Apenas la distinguió y reconoció, sin más preámbulos le dijo: Seguidme, señorita. ¿A donde pensaba ella que iba? —Los baules, los baules,—decía alegremente y con mirada triunfante sobre el inocente José Antón. Seguidme sola, señorita. Los baules irán después. Algún tanto le impresionó aquel tono imperativo, seco y des- abrido, que ella creía hijo de la prisa por marchar. Bajaron al coche, y se entraron los dos dentro. Ya el cochero tenía de antemano la dirección. —¿Martínez?... ¿y Martínez?... Sólo esto dijo Elisa en el camino, y se calló para llorar en si- lencio, pues vió á Carlos serio, ceñudo, y dispuesto á no pronun- ciar palabra. ¿Tendría esto relación con el brusco cambio de la fonda?—Pensaba Elisa. Dos hombres á todo correr seguían al coche. Pronto no pudie-

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