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438 Historia de una Cubana gún sus pensamientos, y así se le pasaban todos los días y las se- manas. Carlos le decía que había pedido informes, y volvería á escribirle tan pronto supiese algo, pero nunca escribía. Al fondista había encargado le procurase diarios grandes de Madrid, de Santander, de Zaragoza, de Coruña, que hablasen también de Ultramar; y exigió pidiese á las redacciones números desde el día 9 de agosto. Era la fecha en que habían desembar- cado. Por supuesto que los diarios tardaron en venir, pero muchos llegaron, además de los muchos que ya se recibían y había en casa. La impaciente quería devorarlo todo en un momento para en- contrar una noticia, un nombre siquiera. Nada; siempre la misma incertidumbre, la misma inquietud, la misma angustia y desespera- ción. Y así había pasado mas de un mes desde la carta de Carlos. Un suicidio en la Coruña hacia el 12 de agosto...—leyó. Pero, no, ¡cá! ¿Por qué había de ser él? Una tarde notó Elisa que en vez del fondista, como de costumbre, la señora le había entrado la corres- pondencia, sin saludarla, sin dirigirla una palabra, retirándose muy seria, dándole una mirada tosca y significativa. Ya en la me- sa, á la cena, nadie le animaba á comer, abrumándola en otras oca- siones con «tome V. esto», «deje V. lo otro». Elisa no podía pensar que fuese por atrasos en el cobro, pues el oro se le iba de las ma- nos. ¿Alguna desavenencia entre marido y mujer? Pero ella en eso ¿qué? Absorta como estaba siempre en sus propios pensamientos no la preocupó sino-breves instantes aquel cambio repentino de sem- blantes. Una circunstancia, sin embargo, vino á fijar más su aten- ción en ello. Ya no le entraban los diarios. Preguntó si le había llegado una carta que le habían anunciado y que esperaba cada día, y como le contestasen que para ella no había llegado ninguna carta, se dejó decir que pensaba bajar á Zaragoza pronto si la car- ta no llegaba. El fondista entonces, con cierto aire de autoridad, le dijo: —V. no se moverá de aquí sin orden superior. Me veo en la precisión de comunicárselo á V. Elisa, muy sorprendida, repuso que era española de mayor edad, y por tanto, que podía andar libremente por su patria, no habiendo quebrantado ley ninguna.

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