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A e A Novela histórica 487 tambor, y con una sola mano y un palito le arrancaba las monoto- nas notas de «tuntún, tuntún». Con la otra mano tocaba una... no gaita, no flauta, ni flautín... un palo agujereado con pretensiones de instrumento músico. El viejo se movía haciendo un semicírculo en el centro de la plaza, y las parejas daban la vuelta por la gran circunferencia bailando acompasadamente. Cuando el músico que- ría sacar á los danzantes de su monotonía, empezaba por agitarse todo, soplaba mas fuerte el pito, y casi rompía el parche del tam- bor. Todo, por supuesto, con las mismas notas, pero moviéndose mucho de brazos y piernas él mismo como quien también baila, y las parejas le seguian religiosamente en su fervor. Aquello debía ser muy inocente á la luz del día y muy entretenido, pues allí es- taba todo Irún, y medio Fuenterrabía, incluso D. José Julián Re- zola, el Cura párroco. A Elisa le pareció soberanamente ridiculo el tal baile desde el primer golpe de vista. Preguntó que jeringonza ¿qué era aquello? Y le respondieron que estaba todo el Ayuntamiento, y que era el chunchún por la fiesta nacional, 10 de octubre, que se había casa- do la Reina y su hermana. Esto le hizo retirarse inmediatamente, porque sin querer ha- bía comparado costumbres con costumbres, peligros y peligros y necesitaba llorar. ¡Con qué sollozos lo hizo! ¡Qué llanto tan amargo y continuado el suyo. Y en horas y en días, de ningún lado le venía el consuelo que por momentos esperaba. La escasez y tardanza de los correos tenían á Elisa en un con- tínuo martirio. Muchas veces se le había contestado ya que sólo había correo por la tarde, y no todos los días; no obstante, todas las mañanas, en cuanto se despertaba, era la primera pregunta si había correspondencia para ella, y ofrecía gratificación para el correo. Así que al entregarle una carta estaban convencidísimos de que le daban media vida. Pero bien pronto en ella el gozo al recibirla se convirtió en exasperación y malestar por su contenido. Vivo ni muerto, Martínez no parecía por ningún lado, ni en la Isla, ni en la Península. ¿Y ella qué se hacía allí? Lo que hacía era llorar, sin ánimo para determinarse á una parte ni á otra; distri- buyendo todo su tiempo entre la esperanza y la desesperación se-

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