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0AREA PA AI TINA MAA RS pe guna. Su aflicción aumentaba á medida que se hacía cargo de su situación triste y desamparada. ¿Volver á Cuba quedando él acaso en España? ¿Quedarse en España si él se había vuelto á Cuba? ¿Ir á Cuba para saber su ho- rrible asesinato, para recibir de toda la alta sociedad el castigo de su pecado, el reproche de su descrédito, la vergúenza de su huída y no pudiendo ya resucitar á Martínez? ¿Estacionarse en España para toda la vida sin él, sin casa, sin padre, sin madre, sin nadie y al fin sin nada? Todo esto, en conjunto y en detalle, se le había ocurrido ya co- mo muy posible aquella mañana que por dos veces abrió y cerró la arquilla antes de ir al Capitán General; pero entonces estaba llena de amor y de esperanza, y al fin la cerró animosa para mar- char arrostrando todas las consecuencias. Ahora las palpaba llena de dolor, con tanto amor como antes, sí, pero sin esperanza. Todas sus ilusiones se resolvían en lágrimas. Se avergonzaba de arrepen- tirse, su amor no quisiera deshacer lo hecho, ni siquiera el pensa- miento de dar un paso atrás, pero adelante no veía sino tinieblas y desesperación. Martínez le había dicho: el amor no trae la feli- cidad. Ella había contestado, que si no la traía, hacía pensar siem- pre en ella, y ahora piensa en su amor como en causa eficiente de todas sus pasadas, presentes y futuras infelicidades. Elisa no pudo ya contener su dolor y prorrumpió en llanto lla- mando la atención del fondista. Vahidos de cabeza, náuseas, vó- mitos, frío sudor, todo contribuia á postrarla, tanto, que ni contes- taba á la propuesta que le hacía el buen señor de llamar á un mé- dico. El hostelero juzgó más delicado avisar antes á su señora y entró ésta para entenderse con la enferma. Mari Josefa le habló del médico de la casa, persona muy recomendable, y como tampo- co obtuviese contestación, creyó que aquello podía ser más grave de lo que parecía, y rogó á José Antón, su esposo, que avisasen á D. Lucas Gorostarzu. A. los veinte minutos, el doctor estaba ya en la cabecera de la cama. Emociones, sufrimientos morales. Nada, nada, señora Mari Jo- sefa—decía el médico á la hostelera—la enferma necesita que na- die la moleste, y mucho descanso. Nada más. Esto tranquilizó la fonda. Y más cuando á las seis de la maña-
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