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428 Historia de una Cubana playa, y fijarse en todos. ¿En seis días no había de encontrar ella á Martínez estando por allí? Pero los días pasaban, el capitán no parecía, y ella se desesperaba. Una tarde, el 27, se determinó pa- sarla toda recorriendo en coche la carretera que en tres cuartos de hora une á Irún con Fuenterrabía. El fresco de la temperatura la dejaba ya sola ir y venir en el paseo; pero en vez de volverse á Irún vencida, se acercó á las murallas de la histórica ciudad, y ya en las puertas ordenó al cochero entrar y dar una vuelta despa- cio por el paseo. Cien ojos la miraban cual si supiesen su historia. Oía hablar, no entendía la lengua vascongada, pero se fijaba en todos los que hablaban y en todos los que paseaban. De pronto llama la atención del cochero diciéndole que fustigue los caballos, dándole una di- rección. A treinta metros de distancia había visto 4 Martínez dando el brazo á una señorita vestida de luto y que ya la pareja se reti- raba del paseo doblando una esquina y emprendiendo á buen paso una calle. —Martínez... Martínez...—Llamaba Elisa desde la ventanilla cuando le teníaá cuatro metros de distancia. Martínez se detuvo, volvió el rostro, conoció de donde se le llamaba, y se acercó á la ventanilla saludando aquella cara extraña. —¿Qué se os ofrece señorita? —¡Ah! ¿No sois Martínez? —Servidor de V. —Pero ¿León Martínez? —Ese es mi hermano. Elisa estaba aturdida; pero sólo ella era capaz de distinguir el perfecto parecido de los dos hermanos Leon y Carlos. —¿Y vuestro hermano?...—preguntaba Elisa con ansiedad in- descriptible. —Pues en la Habana, donde acaba de morir papá. ¿V. viene de alli? ¿Viene V. de Cuba? La señorita de luto al recuerdo de su papá sacó el pañuelo y se enjugó los ojos. —Lo sé, lo sé que ha muerto vuestro papá. Si no lo supiéseis ya, yo os lo diría. Vengo de allí, le ví morir, os acompaño en el senti- miento. —Gracias, señorita. Ad E A AA O mn Md si 20
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