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—No tengo inconveniente en cenar solo como otras noches. —Pues por eso se lo pregunto. Y se retiró satisfecha de su gran diplomacia por haber inventa- do el modo de dejar contentos á todos sus huéspedes. La pobre Elisa, sola en su habitación, estaba avergonzada y confusa. / Ella se había figurado el pueblo de Martínez una ciudad grande y populosa como la Habana, donde pasar desapercibida de todos. No sabía cómo hablar ni qué decir, temía preguntar, le daba miedo pronunciar palabras. Diez veces llevaba ya leída la dirección de Santander, pensando si se había ella equivocado. Cuando oyó decir á la hostelera que también el cura deseaba ce- nar solo, creyó que se hallaba en la casa parroquial, sobresaltóse, quiso salir, y tuyo un sentimiento de pena pensando si ya sabedor de todo el Dómine estaría preparándose para reconvenirla. Al día siguiente, domingo, oyó tocar á misa y se alegró infinito por la buena ocasión que se le presentaba. Preparóse para acudir al tercer toque muy convencida de que descubriría mucho sin pre- guntar nada. Después del Evangelio, y desde el pié del altar, el buen pastor de las almas dirigió brevemente al pueblo la divina palabra de- jándose caer, con mucha naturalidad y gracia, sobre huir de las ocasiones, porque como dice el Espíritu Santo, el que ama el peli- gro perecerá en él, Al final, opportune et importune tuvo un toque ligero sobre la curiosidad contra las que dejaban el Rosario sin tener faena en su casa. Dos mujeres se dieron codo con codo. A Elisa le agradó, le pareció bien aquel joven presbítero, bastante ilustrado, y determinó preguntarle si había en la provincia otro pueblo que se llamase T... como aquél. En la iglesia estaba cada vez más confusa. Durante toda la misa y mirando con mucho disimulo arriba y abajo, á un lado y 4 otro no había visto unos guantes, una levita, un vestido, algo si- quiera que indicase la familia de Martínez. Luego, á la salida, ni un pantalón completo, todos acababan con la rodilla, ni unas bo- tinas ó zapatos siquiera, todos alpargatas, ni un sombrero, gorra 6 boina, todos zorongo, un pañuelo doblado á lo largo y rodeando la cabeza como en auxilio de una jaqueca. Ya en la posada, dirigía sus anteojos en todas las direcciones por las cuatroó seis ventanas

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