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A E $ ES pla RA e CAPÍTULO V Se deja sentir el dolor de la cadena A en el puerto de Santander, Elisa estaba intonsolable. Con toda intención, desde el momento que empezaron AN 3) á desfilar los pasajeros, ella se había colocado en la es- cstesilla para que ninguno saltase á tierra sin pasar por sus ojos, pues podía ser que Martínez se hubiese servido de alguna estrata- gema para despistarla. Todo inútil. No había remedio. El día mo- ría; pero el aire estaba todavía impregnado de luz, reteniendo la claridad, como una esponja abandonada por el mar retiene el agua. El último crepúsculo. Nada. Noche completa. Elisa la última después de algunas horas de llegada y sin saber nadie por qué se detenía sobre cubierta, encargó su equipaje á la agencia, recibió una tarjeta de las muchas que le brindaban para un buen hotel cerca del Sardinero, tomó el coche, y ya en marcha, por las ven- tanillas y por el mirador daba sus últimos vistazos con honda pe- na al vapor, como si en él quedase perdida una joya en algún rin- cón por no haber mirado bien. Al día siguiente salía de Santander para Cuba este cablegrama: «Sr. D. Antonio Biren. Habana. Elisa ha llegado, pero nó el Capitán. Vapor marcha Bilbao. Ella queda Santander». En el mismo día se recibía de Cuba esta contestación: «No la pierdan de vista. Van órdenes». —¿Habéis mirado bien? —Señor, no se ve en ninguna parte. 27 Eo APA Pda — ! y 0 ! 4 Y UB í ———————— ad

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