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A IE 414 Historia de una Cubana —No quiero pruebas, no quiero nada, y lejos de inspirarme amor me inspiras... DÍ. —Es muy dura la palabra. Y no la encuentro tan dura como se necesita para calificar tu conducta. Me temo que has engañado al Capitán General. —Perfectamente. —Pero esto es horrible.—Levantándose de un salto. —Es lo más sencillo. —¡Oh! yo me vuelvo á la Habana desde el primer puerto á presentarme al Capitán Gene 'al, y decirle... —Morirás por tu culpa, Martínez. —Pero Elisa ¿qué es esto?—Con un fuerte taconazo en tierra y un fortísimo puñetazo en la mesa. —La muerte que huye de tí en mi presencia, y te se acerca si me ausento. —Prefiero yo la muerte á mi vida deshonrada y á este infierno de incertidumbres y dudas. Sin más adiós se echó á la cabeza la capucha del impermeable, y salía dejándola allí sola. —Oye, oye, León. Es mucho lo que tengo que decirte de mi es- tado y de mis planes y proyectos. No, no,—se volvió á decirle—te lo juro, no oiré más palabras de tus labios. Un estruendoso aplauso á la cantante se oía resonar en el salón. A él se dirigió Elisa porque aquello indicaba ya la próxima termi- nación del aria. Esperó fuera unos momentos, saludó á algunas se- ñoras y señoritas, felicitó muy entusiasmada á la tiple y su mamá por el triunfo y se retiró rogándolas que hiciesen las delicias del pasaje con sus habilidades. Ella había gozado tanto y más que nadie, pues de fuera había podido apreciar mejor todas las delicadezas de su voz angelical y todas las gracias de sus divinas manos. Era una artista en toda su inspiración. A partir de aquella noche Martinez había resuelto firmemente dos cosas: 1.* no escuchar ya niuna palabra de aquella mujer in- explicable, y 2.* desaparecer del vapor en el primer puerto y vol- verse inmediatamente á Cuba para presentarse al Capitán General. :

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