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Novela histórica 418 —Martínez, no me explico contra mí esa tu ira. —¿Ignoro acaso que por tí no recibí el último adiós de mi pa- dre, el último abrazo, la última palabra; y en fin! que tú causaste su muerte? —Su muerte era inevitable. Yo sólo la aceleré por salvar la tuya. —¿Y quién puso la mía en peligro? —(Quien la salvó y por salvarla. Y es inútil te remontes hasta la culpa de mi debilidad, porque tampoco está exenta de culpa tu fortalezas Y viendo que Martínez, con los dos codos sobre la mesa y apo- yando en las manos sus sienes, no hablaba ya, no hacía más que mover la cabeza, ella le acosó á preguntas diciéndole: —¿Y quién había de morir irremisiblemente el 1.* de agosto? ¿y quién le puso á V. en el vapor para que evitase tan horrible muerte? ¿y quién le seguirá hasta España y hasta el fin del mundo por salvarle, pues cuando en la Habana se sepa vuestra marcha y mi fuga, os corre igual peligro de que el vil insecto, como llamáis á mi padre, salga á beber vuestra sangre? ¿y quién abandonó su fortura, su palacio, su bienestar, su familia, su honra... su honra, Martínez... para recibir en premio de tanto amor, tanta indiferen- cia, y hasta reproches, y hasta desprecios? —¿Luego soy yo el juguete de tu amor? —Como yo lo soy el de tu suerte. —¿Y has dicho que por ti estoy yo en este barco, que á tí te debo ir á España? ¿Pero cómo pruebas esto? Sin más, Elisa sacó inmediatamente de su cartera la tarjeta que el Capitán General le diera para su papá, poniéndosela á Mar- tínez ante sus ojos, pero sin soltarla, le dijo: —Lee. Si no te basta el nombre impreso del Capitán General, su letra por lo menos, que no desconocerás, debe hacerte alguna fuerza. —Pero... ¿qué has hecho? ¿qué has dicho al Capitán General para obtener de él... —El amor tiene recursos para todo. —¡0h! el amor no trae la felicidad, nó. —Pero hace que pensemos en ella con esperanza de alcanzarla, y ese es el cielo de la tierra. ¿Quieres ahora más pruebas de cuan- to he dicho? ' Mi NN MN l a

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