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DR O A ITA A RS ANNAN ee . E SA A IIA en Facial 412 Historia de una Cubana aplausos continuaban, y se oían de allí muy bien, nada sin embar- go distraía al solitario de su preocupación ajena de la lectura. Eli- sa, temblando, con voz trémula y medio apagada llamó su aten- ción desde la puerta sin atreverse á entrar. —Adiós, Martínez... Martínez estaba sentado de espalda á la puerta, y no dió señal ninguna de haberla oído. Elisa, después de un momento de esperar inutilmente contestación, bastante indecisa caminó unos pasos, y al fin entró suavemente hasta ponérsele delante. —No me oyes cuando te llamo —continuó Elisa—á ver si al fin me percibes con la vista. Él absorto levantó la cabeza, cerró la revista, miró á Elisa sin saber qué contestar, y apoyando el codo en la mesa y atusándose el bigote, le respondió entre serio y disgustado: —Sepa yo ante todo con quién hablo. —¿Y necesitas que yo te lo diga para saberlo? León... —Ciertamente que lo sé para mi fuero interno. Más he oido lla- maros L. Martínez, vos os habéis dado por aludida, y no sé ya si sois L. Martínez ó E. Biren, pues tan inexplicable es para mi el pseudónimo como el encontraros en el barco. —Y sin embargo, tan explicable es lo uno como lo otro. —Para tí que sabes la causa. —¿Y tú no la has sospechado? Precisamente desde que reconoció á Elisa venía intrigado y pre- ocupado pensando qué situación era la suya y por qué coinciden- cia ella venía 4 España junto con él sin decirle nada de tal viaje. —Si la he sospechado; pero me avergilenzo de decirla. —Deja para mí el papel de avergonzarse. —Pues de dejar tu nombre propio, de no estar donde debieras y de encontrarte aquí, yo no veo más explicación que seguirme. -Y salvarte. —¿A mi? ¿Qué peligro me amenaza? —En España como en Cuba, la muerte. —¡Elisa!... ¿crees que soy una mosca. presa en una tela de araña, imposibilitado de romperla, y expuesto siempre á que sal- ga el vil insecto á por mi sangre? ¿O eres tú misma esa mortal araña que por mar y por tierra me extiende la tela aprisionándo- me en sus redes?