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Novela histórica 411 ¡Ay! ¿dónde estás amor mio, Ay dónde estás tú mi bien? Mi corazón te presiente, Y mis ojos no te ven. Te buscaré donde quiera, Te encontraré donde estés. Elisa, electrizada, pensaba que todas aquellas saetas encendi- das se las robaban á ella del corazón. ¿Conocería á Martínez aque- lla rubia? Desde las primeras notas fueron apareciendo curiosos á las puertas del salón. Ya no se cabía ni dentro ni fuera. Aquella voz angelical templada con sin igual sentimiento atraía á todos los pa- sajeros y á toda la tripulación, y conmovia las fibras de todos los corazones. Martínez, sin embargo, no se dejaba ver por parte alguna. ¿Se habrá indispuesto? se preguntaba á sí misma llena de ansiedad Elisa. ¿Le habrá hecho daño la cena? ¡Oh!...—instintivamente tocó su frente con la punta del abani- co—eso es, eso debe ser. Se le había ocurrido una idea. Imposible que no obedeciese á o, ta > A MN ella la ausencia de Martínez, estando como estaba allí toda la gen- te de á bordo. Martínez tenía demasiado recientes la muerte, el en- tierro, el funeral de su padre, para profanar su recuerdo con la alegría de la fiesta. Pretextó exceso de calor, necesidad de respi- rar el fresco, y salió del salón. La menuda lluvia había cesado. Extendió su mirada cuanto pudo á favor de los faroles sobre cubierta, y en todo lo que abar- caba su vista no se distinguía ni una silla ni un banco ocupado. ¿Estará en su camarote? ¡Qué buena ocasión! Pero no sé cuál es. Si lo supiese podía enterarme pasando por él como retirándome al mío. Así, hablando consigo misma, Elisa recorría todo el vapor de proa á popa, mirando con escrupulosidad .todos los asientos de vabor á estribor. Cuarenta metros habría andado, cuando, al pasar por la sala de lectura, advirtió dentro un hombre solo, envuelto en un impermeable y totalmente abstraído ante una revista ilustrada» de la cual parecía hacer muy poco caso. Un momento le estuvo contemplando conteniendo hasta la respiración. El canto y los AA

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