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AA [A A AAA ID PRL SAA PP. _ a REA P.. jee 410 Historia de una Cubana S ME E ii ii IA que se cansaba luego, bailó sólo la primera parte de una haba- nera. E zolo po cotecía, ceñora, que yo ya he echao mi ojo —decía el gracioso. Acompañó al asiento á su pesada carga y entonces, ex- citando estrepitosamente la risa de todos fué á invitar á una se- fora anciana muy vieja, enjuta, flaquisima, y muy enlutada. Pa- a recía un paraguas enfundado. Había perdido un biznieto, alférez en el ejército de Cuba. Estaba acompañada de dos nietas soltero- nas, de las cuales la más joven pertenecía ya á la reserva, y la otra haría tiempo que tenía la licencia absoluta. La buena viejeci- ta, cuando vió que el gracioso joven se le dirigía se alegró por sus nietas. 1] —Vamo, ceñora, é uté mi pareja elegía. A Apenas se oía el piano por las tremendas risotadas. a La viejecita, con una absoluta carencia de dientes propios, y poniéndose la mano en un lado de la boca para que no la abando- nasen también los de tienda, contestaba á la invitación: Ci no cé bailá—y miraba con unos ojillos muy vivos y alegres. El andaluz entonces, cruzando de brazos, mirándola de pies á cabeza muy sorprendido por aquella tan inesperada como injustificada igno- rancia, saca una mano, y guardándose dos dedos le enseñaba tres diciendo: tre, tre minuto má le fartan á uté pa un ciglo, ¿y no zabe bailá? ¡¡Critiana!! ¿pue qué aprendio uté en er mundo con ma año que tre loro? Y concluyó rogándole le permitiese bailar con sus dos sobrinas á la vez, á ver si entre las dos sabían. No todos reíán la sal andaluza. Elisa, con ojos inquietos y mi- rada extraña buscaba algo entre las parejas que bailaban y entre los jóvenes que sentados 6 derechos llenaban el salón. Martínez no estaba allí. ¡Cosa más singular! ¿Me engañará mi vista? No; no está. Pero acaso venga luego. Concluyó la habanera y la pianista recibió las cariñosas felicitaciones de todos por su admirable eje- cución. La mamá se le acercó con aire de orgullo satisfecho y le indicó que cantase, que tocase un aria. La niña se ruborizó un po- quito, objetó á la mamá no se qué llevando su mano á la garganta, volvió á instar la mamá, y por fin después de un bellísimo preludio, inició un aria de las últimas composiciones del célebre Donizzetti. Ella aplicaba la letra á su gusto y cantaba:

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