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Novela histórica 33 gros valiéndonos de infamias, por Dios prohibidas, como aque- llos espiritistas ó adivinas que quisieron contentar á vuestra hija? —¿Cómo? ¿Os propongo yo una infamia?... Yo repruebo la charlatanería, artes y mañas más ó menos naturales, más ó menos diabólicas, de todas esas fascinadoras de oficio: pero lo que yo os pido es la intervención de Dios, en quien creo, valiéndoos vos- otras de los medios que juzguéis más convenientes para alcanzar el milagro, que sin duda alguna puede Dios hacerlo. ¿Us propongo infamia? —Ciertamente que sí; pues no me habéis dicho que era una maldad, una infame idolatría acudir á Pedro, á Pablo, á María, á Juan, y á otros que nosotros los papistas llamamos santos? —¡Oh! no... no he dicho yo eso. Si vosotros tenéis fe, hacedlo, Yo he dicho que es cosa mala enseñarlo para que otros lo hagan. —Pero si es cosa mala enseñarlo y que otros lo hagan ¿cómo ha de ser, y por qué privilegio ha de ser bueno en nosotras? Y si es cosa buena en nosotras ¿qué mal hay en enseñar el bien á quien lo necesite y no lo sabe? ¿Sería mala vuestra hija, ó perdería algo bueno por tener esa fe nuestra á la cual ahora acudís, y pedir ella también á Dios el remedio de sus males, la intervención divina en sus asuntos por los méritos de sus santos, como nosotras pedire- mos? Cierto que V. puede concederme á mí una gracia que le pida sin intervención de nadie, pero V. la concedería de mejor gana y yo tendría más seguridad de conseguirla si por mi intercediese Ra- quel, Orlando, el General ó persona que le estuviese aun más alle- gada; su esposo, por ejemplo. Pues lo mismo hacemos con Dios nos- otras, indignas de ser oídas. Nos servimos de lo que tenemos más cerca de nosotras y que está más allegado á Dios. Y es bien cierto que así confiamos más en recibir las gracias de Dios porque me- dian otros méritos. Y como la Religiosa en terreno firme, viese á la señora sobre- arena imposibilitada para romper el silencio y rebatir aquella con- tundente ilación lógica, juzgó cortés cambiarle en su favor la con- versación, y continuó diciendo:—Más en cuanto al precio de lo que por Raquel y Orlando hagamos, más bien que precio, señora, lla- madle voluntaria caridad con que se gratifica. No es precio conve- nido á nuestro trabajo, ni menos cobrado por adelantado, como en el desgraciado y superstiqjoso asunto del Hotel. Es puramente vo- 3
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