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Novela histórica 401 —Hija mía...—dijo Biren enternecido y entregándole un mano- jito de llaves que traía siempre consigo. —Si; papá. Me siento con valor para presentarme á los dos en tu nombre, hoy, mañana, cuando quiera, cuando las circunstan- cias me lo dicten. Las llaves de nuestros caudales sólo servirán en segundo caso. Sólo necesito ahora dos tarjetas tuyas, una para el Gobernador civil, otra para el Capitán General, en las cuales ro- garás tú mismo que me atiendan, excusándote de ir tú por hallarte delicado de salud. Esta idea iluminó la mente de Biren como ilu- minaría el sol á la tierra si saliese á las doce de la noche, disipan- do las tinieblas. Dirigió una palabra cariñosisima á su hija, y con mano temblorosa por la debilidad y anormalidad de su estado, es- cribió inmediatamente, aunque con mucho trabajo, las dos tarjetas á tenor de la petición de Elisa. Esta las tomó, dejó más tranquilo á su papá, y se retiró á su habitación para proseguir sus planes. Le- yó la tarjeta del Gobernador, reflexionó un instante y la rompió en el acto. No le servía para nada. La otra dirigida al Capitán Ge- neral se la guardó muy bien. Abrió una arquilla primorosamente tallada, persuadióse una vez más, de que en oro y joyas contenía una cantidad respetable para mucho tiempo, todavía gracias á las llaves, depositó en ella más, bajó la tapa y antes de cerrar el can- dado, se detuvo en fuerza de la lucha terrible que en su interior estaba sosteniendo y librando su corazón con la frente. Pensó devolver cada cosa á su sitio; pensó acostarse como en- ferma, pues motivos no le faltaban para estar debilitada, y dejar correr los acontecimientos como empujados por la fuerza de la ne- cesidad; pensó en el triste porvenir que le esperaba si era sorpren- dida, descubierta y detenida antes de tiempo, por algún cabo mal atado, ó por alguna circunstancia imprevista... Pero pensó tam- bién en aquel Martínez asesinado sin remedio dentro de breves días, y tener ella que resignarse á llevarlo toda la vida, y por des- gracia llevando ya consigo quien se lo recordase siempre... Se sentó maquinalmente como obligada por el peso de sus pro- pias ideas, puso la mano izquierda sobre la tapa de la arquilla te- niendo todavía la derecha en la cerradura, pasó la llave, la vol- vió atrás, se levantó sin decidir todavía la victoria... Por fin el co- razón dió un paso más adelante que la razón. Estaba dispuesta á sufrirlo y arrostrarlo todo por amor á Martinez, por A la ,

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