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ANA A * P o 400 Historia de una Cubana parecía haber intervenido un tercero en la riña de los dos mendi- gos, y que esto se deducía de ciertas heridas. Además, que se ha- bían encontrado varias armas. Hoy, papá, se va acercando más á la verdad, y mucho me temo que... —¿Qué dice hoy? ¿qué dice? —Oye, verás: «La cuestión de los mendigos interfectos va á dar juego. Se susurra que no lejos del lugar del suceso se hallaba una alta personalidad de la capital, y no falta quien dice que á esas horas pasaba también por allí algún soldado...» —Elisa...—dijo Biren alarmado—mucho me temo ser descu- bierto. Ni padrinos se llamaron para que todo fuese en sigilo. No ereo que los cocheros hayan hablado. El nuestro nada habrá dicho; y el otro no creo que se haya expuesto á morir por decir lo que le importaba callar. Yo le pagué su silencio, pero le amenacé de muerte sí llegaba á saberse algo. No sé que tampoco ese capitán bandido, ni el sargento maldito, hayan tenido interés en que se sepa nada. ¡Ay! ahora recuerdo... una mujer misteriosa, pero complacien- te, toda enlutada, estaba oculta en el coche. Y efectivamente era la misma quien se encargaba de enviará la redacción poco á poco las noticias que le convenian para sus fines. —Pero ¿quién era ella? se preguntaba á si mismo Biren muy sorprendido —¿qué querría? ¿á qué habría ido allí? Y á cada duda que se le ofrecía y á cada pregunta que se hacía sin darse contestación, hundía más su cabeza en la almohada con sinistros movimientos, apretando los puños, y mordiendo la ropa con sus dientes. —¿Con que una alta personalidad de la capital? ¡Ah! dijo cada vez más colérico—mañana traerá mi nombre y-dos apellidos. Elisa cuando vió á su padre en la peor disposición, trató de di- sipar sus temores, diciéndole: —pero, papá, no tienes tanto por qué temer. Estás en intimas relaciones por tu posición é importancia con las dos principales autoridades de la Isla; lo mismo con el Go- bernador civil que con el Capitán General. Tú ño estás en disposi- ción de nada, pero yo puedo salir de casa y prevenir y evitar el golpe; y acaso si llego á tiempo darle dirección contra la cabeza de nuestros enemigos.

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