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32 Equivocación... —¿Cómo no? Vea señor...—Y le fué abriendo habitaciones y ho- rizontes... fascinadoras inscripciones. Mi esposo, encantado de ver por primera vez en un hotel, todas las satisfacciones para todos los gustos y para todas las exigencias de toda clase de huéspedes, se franqueó con el fondista, y pronto tuvo todas las seguridades de que pagando bien y por adelantado á competentes para el caso, su hija tenía remedio. ¡Pobre hija mia! No sé quien fué más culpable, si ella ó su padre, prestándose, por la curiosidad ó por encontrar remedio, á ese cebo de tontos, á esos engaños. Cierto que esos explotadores de pasiones á ciencia de autoridades que los con- sienten, algunas veces dicen cosas verosímiles y hasta verdaderas después de mucho preguntar y consultar á la víctima que apronta su plata, pero Dios también permite aciertos para castigar la fal- ta de fe pura. El fondista sabía de una famosa embaucadora de la calle de Rioja, que á sí misma se haeía llamar la Madre María. Esta le pareció soberanamente infatuada, ridícula y soberbia, pues como si fuese una potencia divina exigía á sus engañados clientes fe en ella, absoluta fe en su reverenda persona. Mi hija fué á la calle Sarandi á verse con una Julia Vitah célebre... embustera, que todo lo prometía. En una sola consulta y sesión, mi Raquel quedó aterrada y trastornada. Despierta no cree lo que le dijo la adivina espiritista, lo rechaza indignada, lo resiste, lo desprecia; pero dormida, y desde. aquella fecha, cuando sueña y es casi siem- pre, lo dice alto, y se conoce lo tiene tan grabado en su imagina - ción como sello en cera virgen. ¡Tan vivamente impresionan los sentidos de la víctima que á sus puertas llama con aquel su extra- ño lenguaje y metamórfosis, esos pacíficos salteadores á quienes debiera perseguir la justicia lo mismo que á los demás ladrones! He ahí por qué yo os prevenía á fin de que no diéseis una mala in- terpretación y culpáseis á quien no se merece ni la menor sospe- cha. Ahí tenéis la causa y la fecha de su soñar, hablando y dispa- ratando. Ya estamos, al fin. Yo he oído decir, que vosotras las pa- pistas, conseguis de vuestros santos curaciones, arreglos de cosas muy difíciles y hasta de hechos naturalmente imposibles que lla- máis milagros. ¿Podéis hacer alguna cosa con Pedro, con María, con Juan, en el asunto y salud de mi Raquel y Orlando, acudiendo á vuestros santos? No temáis por el precio. —Señora, pero ¿creéis que podemos conseguir de Dios mila-

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