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Novela histórica 399 tamente la verdad de cuanto había sucedido y presenciado, gemía con desesperación. Otras veces nombraba á su hija, y le agrade- cía con una mirada cariñosa los consuelos que le prodigaba á él, olvidándose ella de su propia pena. Elisa que no había llorado aún de veras, lloró en esta ocasión con verdadero sentimiento filial, pues en un momento cruzó por su mente con horror todo lo pasado, todo lo presente, y todo lo futu- ro que proyectaba. —No llores, hija mía —la dijo su papá enternecido acercándola hacia sí y besándole la frente—no llores, que no tardará en caer el deshonrador infame. Y si los dos asesinos le dejasen sólo herido al entrar en su casa, otros dos encontrará en la escalera ó bajarán á rematarle. No necesitaba ella que su papá repitiese esto tan solemnemen- te; pues más grabado que él en su voluntad lo tenía ella atravesa- do en el corazón. —¿A cuántos estamos hoy? —A 23, papá. -¡Oh! ¡qué infierno de esperar hasta el primero de agosto! ¿Por qué no señalamos su muerte mucho antes? ¡Ah! no creíamos que tan amargos habían de ser los días. Y aumentando su exasperación en cada palabra, dijo: y él es- tará ahora bebiendo con sus amigos fanfarrones, bebiendo y cele- brando su triunfo; y Juan enterrado... y mi hija deshonrada... y yo en la cama... —No le va tan bien como crees, papá, —decía Elisa templando aquel espíritu iracundo y vengativo para impedir otro acceso— el mismo día 20 murió su padre—justo castigo de Dios—ayer lo enterraron, mañana 24 celebrarán sus funerales. Así lo va dicien- do el diario estos días. Ya ves, pues, que tiene bien aguada su fiesta. —Pero ¿lees el diario estos días? Si sólo lees la novela. -Si, papá; para ver lo que dicen de nuestra desgracia, leo to- das las noticias. —¿Y qué has leído? —Primero, el día 21 leí, que al final del paseo de verano, dos hombres, al parecer mendigos transeuntes se habían dado tajos de lo lindo hasta acuchillarse mutuamente. Ya el 22, ayer, decía que

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