BCCPAM000521-3-32000000000000

arre, e A A A mm A A XA —Á a 398 Historia de una Cubana viosa se apoderaba de todo su ser hasta el punto de que el médico le ordenó un poderoso calmante y acostarse. —Pero, papá, insistía Elisa ¿quién más que yo desea la muerte más afrentosa para ese infame? No obstante, ahora conviene lo que te digo; y para evitar habladurías, pésames, visitas y comen- tarios, es necesario y urgente que nuestro administrador se encar- gue de todo á fin de que á la mayor brevedad posible sea el cadá- ver trasladado á Guantánamo, yendo el mismo administrador en nombre de la familia. Tiempo habrá después de todo esto; que ahora urge cuidarnos de lo otro. Elisa pensaba muy bien; todo por supuesto según sus planes. A su papá no se le ocurrían sino ideas de venganza, de sangre,, de muerte, y pronto, contra Martínez. Emma no sabía sino llorar sin- ceramente y repetir por centésima vez ¡cuánta desgracia! Elisa la miró como queriéndola decir: ¡si no hubieras sido impru- dente!... La pobre señora, que nunca tuvo pizca de mundo, ni calzaba más puntos que los de las medias, ni tenía más méritos que sus miles para el matrimonio, ante aquella intencionada mirada de lanceta se afligió doblemente pensando si sería ella ante su cuñado la única y verdadera culpable y responsable de la muerte del so- brino. Tres días estuvo en cama Biren, y seis sin salir de casa por prescripción facultativa. La fiebre, el insomnio y el delirio habían debilitado notablemente sus fuerzas. Elisa no permitió el acceso de la servidumbre al dormitorio de su papá desde que notó en él los primeros síntomas de enajenación mental. Entre otras incoherencias que el enfermo hablaba, Elisa reco- gió muy bien éstas que su padre decía con una sonrisa burlona: «acusa, acusa ahora con las pruebas que tienes, el incendio del in- genio Goytisolo; dí ahora, miserable, dí que tengo millones ajenos y ensangrentados. Cuando digas que te saquen el puñal del pecho para declarar ante la justicia y presentar las pruebas, allí estaré yo para hundir más la empuñadura y coserte con la tierra de don- de no te levantarás jamás. Y Elisa será de Juan, y de nadie más que de Juan que te ha vencido. Y á tu hijo cuando nazca lo arroja- ré yo á tu maldito sepulcro». A intervalos tenía momentos de lucidez, y recordando perfec-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz