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ra, pr AE RRA IPS O RR AARICS e PRA 396 Historia de una Cubana che no podía saltar á tierra, se levantó el velo, y por una y otra ventanilla se esforzaba en distinguir quien estaba en pie al final del paseo. —Señora, allí se vé un grupo de tres hombres luchando —dijo el sargento, —y otro grupo se ve en tierra. —Martínez vive, sargento, pero su vida pende de un hilo, de un instante. Desenvainad ya el sable y preveniros, que llegamos. Traición cierta. En este momento paró el coche. Habian llegado los caballos á donde estaba Biren con el muerto. A treinta pasos estaba Martinez. Ya hemos visto cuan á tiempo llegó el sargento en caso tan apurado. Elisa, de regreso á la iglesia, buscó otro rincón solitario para desnudarse. Allí dejó su impropio traje para quien primero lo en- contrase abandonado, y con toda la serenidad y alegría de quien viene de confesar, comulgar y rogar á Dios con toda el alma por el feliz éxito de una buena obra que interesa mucho, volvió á su casa. Fué luego en busca de su mamá, y con mirada incierta, in- decisa palabra, llena de curiosidad y al mismo tiempo de temor de saber la verdad, preguntó si ya se sabía el resultado. —Nada, hija mía, nada sabemos hasta ahora; y yo estoy afligida con razón por lo mucho que se tarda, pues si Juan hubiera salido bien del duelo ¿á qué tanto tardar? Son las seis, y habiendo sido el duelo á las cinco no me explico este retraso. La completa ignorancia que Elisa afectaba de todo lo sucedido y el interés y atención que prestaba á cuanto decía su mamá, ani- maba á ésta á continuar sus conjeturas. —¿No te parece á tí, Elisa, —repetía por décima vez—que es ya sobrada hora, para estar de regreso, si hubiera salido bien? -—Mamá, no me asustes. —Oponía Elisa temblorosa. —Sí, pues mira, yo me temo una desgracia. ¿Cómo me expli- cas sin algo muy grave tanto tardar? —La verdad es que voy participando de tus temores y de tu modo de pensar, mamá, —decía Elisa—pues por todas tus reflexio- nes me convenzo de que sólo la mala suerte... —;¡Calla!... ¿oyes? oyes?...—dijo la mamá —un coche se acer- ca... ya está en la entrada... son ellos. Madre é hija salieron precipitadamente á la balaustrada, y des- de el primer peldaño de la escalera miraron por la barandilla al

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