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PI A AO. Novela histórica 395 por saber si en efecto Martínez había faltado á la cita. A los dos minutos se presentó en la puerta acabando de vestirse, abrochán- dose la levita y restregándose los ojos, un sargento que le servía de escribiente y dormía siempre en el escritorio privado. —¿Le... Ón? ¿Le... ón? Preguntó el Coronel á media voz yá medias palabras, hablando más con los ojos en que se reflejaba una mirada inquieta y llena de aflicción. El sargento hizo doble derecha sin pronunciar palabra, y salió con bastante pena á despertar al capitán, que hacía próximamen- te una hora se había acostado. Elisa cada vez con más impacien- cia decía al coronel que no perdiesen un tiempo precioso en que podían salvar á León. Su hijo, Coronel, se está batiendo—le decía agitadísima. Entretanto el sargento Rodríguez se asombraba de no encontrar al capitán ni señales de haberse echado á la cama cuando se retiró del cuarto de su papá. Y desesperando á Elisa perdía los segundos pensando qué iba á contestar á su señor. —Señora estáis equivocadaz —decía el Coronel— León, duerme, pronto le veréis aquí. Pero si realmente se está batiendo, él se defenderá y saldrá bien. Estoy... seguro... —Traición... coronel, traición... gritaba Elisa desesperada al ver la tardanza del sargento.—Prestadme pronto ayuda para sal- varle. El sargento volvió con tamaños ojos espantados. El coronel pensaba ver á su hijo en el que entraba, y el desengaño le hizo sufrir un violento ataque de nervios que le ponía por momentos á las puertas de la muerte. Elisa se retiró precipitadamente pulsan- do á la vez el timbre para que acudiesen los asistentes que se ha- bían retirado, y sin dar al sargento tiempo ni para hablar palabra, en nombre del coronel le ordenó seguirle inmediatamente para salvar al capitán Martínez. En un momento se puso el cinturón con el sable, bajaron la escalera, y á los dos minutos tomaban el primer coche de alquiler que encontraron, mandándole al cochero rodar con toda velocidad hasta el final del paseo de verano. Sólo sospechas se tenían de traición. Eran las cinco en punto. Al entrar en el paseo se oyeron dos tiros con un minuto de intervalo. Elisa se sobresaltó en cl primer disparo. En el segundo exclamó ¡ah! infe- liz el que haya tirado primero. Y ya que por la velocidad del co- MI Í E ANOS bl 13 A a y a — a Pa

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