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Novela histórica 393 última palabra, el último aliento de vuestro padre. Lo habéis de- jado gravísimo; el saber que peligraba vuestra vida lo ha puesto moribundo, y acaso lo ha matado ya. Nada os queda en Cuba. ¿Me dáis palabra de huir? —No. —¡Ah! no puedo abandonaros á vuestra suerte. En esto llegaban á casa del coronel Martínez. Allí se detuvo el coche, y ellos dentro tres minutos, con encargo de tomar el nom- bre del cochero y darle oro por callar. Ella entretanto cruzaba á pie la calle y se entraba en la iglesia inmediata á su casa. Pasados esos minutos salieron del coche. Ya desde la escalera notaron algo anómalo en la casa, y antes de llegar al piso que habitaban les dijo un asistente que su coronel espiraba en aquel momento. Martínez aceleró el paso hacia la habitación de su padre. Sólo llegó á ce- rrarle los ojos. —Pero ¿qué es lo que ha pasado aqui? Nadie supo decirle sino que había estado una señora recién lle- gada de España, y que al marcharse aquella señora con el sar- gento Mangado, haría como una hora, su papá había sufrido tales convulsiones y ataques de nervios queriéndose levantar, que se le había visto empeorar hasta el estado en que le encontraba. Que él no estaba en su habitación ni sabían donde ir á buscarle. Los asis- tentes no supieron decir todo lo que van á saber nuestros lectores. Recordarán que Elisa había quedado en la iglesia cuando su papá y su primo continuaron en coche hasta el lugar señalado para el duelo. Eran las cuatro y media y no había tiempo que perder. Ya la noche anterior y á última hora había dejado prevenida toda la ropa negra, hecha ad hoc, en una oscura capilla de la iglesia, por si Martínez no enviaba contraorden. Y no la envió. Tan pronto como entró en la iglesia, mientras el campanero tocaba el Ange- lus, ella se dirigió á la Capilla, y sobre su vestido blanco y rosa se echó aquella indumentaria de viuda. Así vestida caminó dos calles hasta llegar á casa del Coronel Martínez. Preguntó por su salud, y habiendo oído á un ordenanza que el Coronel llevaba dos días gravísimos, le suplicó avisase que si había de aliviarle algo saber noticias de su señora, que ella acababa de llegar de España y subiría á cumplir con la visita en- cargada. El asistente le hizo esperar mientras subía el recudo. apo e IÓ 1 PP

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