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A AR E Ak PP... GALA NR e m0 a oa 392 Historia de una Cubana habían hecho blanco. Miró á un lado y otro extrañado, y vió que dos forajidos cuchillo en mano se le venían ya encima sin darle tiempo á defenderse, mientras otro hombre, señor muy bien vesti- do, se dirigía al muerto para reconocerle y ponerlo en el coche. Terrible celada que el capitán no había previsto ni sospechado siquiera. Desenvainó inmediatamente la espada para defenderse de aquellos dos leones, pero el ímpetu de los traidores le hacía perder terreno. Un coche de alquiler se había retrasado unos minutos, y esto podía serle funesto. A todo rodar se acercaba ya al lugar del su- ceso, y un sargento lleno de impaciencia abrió la ventanilla, y sa- ble en mano se lanzó á la pelea por la espalda de los asesinos, reanimó con su presencia á Martínez, y entre los dos dieron bien pronto cuenta de los traidores, dejándoles fuera de combate. El coche se había detenido junto al muerto. Biren suplicaba al cochero su pronta ayuda para poner dentro del coche, á cualquier precio, el cadáver. Pero el cochero repugnaba alegando que no sabía si sería gusto del matrimonio que lo había alquilado. Que allí estaba la señora del sargento. Allí en efecto había una señora vestida de riguroso luto, de pies á cabeza, envuelta además en negros crespones; pero ésta, preguntada por Biren, antes que dejar oir su Voz pronun- ciando palabra, se encogió de hombros dejando interpretar que por ella no había inconveniente. El capitán y el sargento se acer- caron al coche sin darse todavía explicación del oportuno encuen- tro, y al oir la pretensión de aquel señor, el sargento tomó la pala- bra diciendo que allí cerca se veía otro coche y viese de aprove- charlo, pues ellos tenían que volver á la ciudad inmediatamente por el gravísimo estado en que quedaba su coronel. Biren no que- ría poner en su magnífico landó el cadáver desangrándose, pero no tuvo más remedio que arreglárselas con su cochero. Capitán y sar- gento sentáronse junto á la señora enjutada y partieron. Elisa, pues no era otra, se levantó el velo, dió un profundo suspiro, y dijo dirigiéndose al capitán: Os he salvado una vez, pero no 08 podré salvar siempre. Huid, Martínez á España, al Africa. Vos no mata- réis á mi papá, y mientras él viva vuestros días están contados. Cuando lleguéis á vuestra casa, dudo que sea hora de recoger la

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