BCCPAM000521-3-32000000000000

FÉ Roos le o A RI RNE mo ¡ tar novedades y pretextos. No obstante, la contraorden no ha ye- nido; pues yo iré. Sin ganas de dormir se retiraron á descansar, y según lo con- venido, á las cuatro y media de la mañana salían de casa en el coche que ya les esperaba en la puerta. Antes de ponerse en mar- cha, Biren dirigió la palabra á su su sobrino preguntándole: —¿De- cididamente no quieres que se le asesine sin necesidad de exponer- te en duelo?—No. Si viene, quiero batirme.—Adelante. Elisa, elegantemente vestida, les sorprendió gritando desde la ! escalera que la esperasen, que ella quería ir á la iglesia á rogar que saliese bien su primo. Tío y sobrino se sonrieron, Dejando á Elisa en la puerta de la Parroquia, en quince minu- tos llegaron al sitio indicado. Juan saltó á tierra. El coche se reti- ró á distancia de 40 metros cobijándose bajo la enramada de unos corpulentos árboles. Biren vió con satisfacción dos siniestros ros- tros á pocos pasos, ocultos entre los arbustos que llenaban el paseo de árbol en árbol y los saludó con la mano y con sonrisa maléfica | Juan había quedado parado al final del paseo mirando en todas direcciones. No veía á nadie. Miró el reloj, y faltaban seis minntos. Ya empezaba á impacientarse y herir con su tacón la tierra cuan- | do distinguió á un militar joven que venía solo, sereno, silbando, tranquilo y muy dueño de sí mismo. Se le acercó hasta unos diez pasos, y dejó de silbar, pero aún tenía las manos cruzadas atrás ju- | gueteando con los dedos. Era tan alto, tan robusto, tan arrogante y tan joven como Juan. Sólo en el color se diferenciaba. —¿A quién tengo el gusto de saludar? —dijo primero Martínez. —A quien no tiene honor el contestaros, —replicó el negro. y sin dejar la palabra le preguntó: —¿Sois vos León Martínez? El capitán se cuadró, y le contestó que sí; haciéndolo además con un ligero movimiento de cabeza. —Sabdis, pues, el fin de nuestra primera y última entrevista. —Perfectamente. Lo que no sé es la causa. —Infame... elegid armas y no agotéis mi paciencia hasta el punto de obligarme á acometeros indefenso. —¿Así, pues, sin remedio hemos de batirnos? —Sin remedio. —¿Queréis á primera sangre? —Cobarde... quiero duelo á muerte. No cabemos los dos jun- A

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz