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AA A A TIAS AI AROS E 0 AIN e 384 Historia de una Cubana —Os felicito, Elisa, mi querida prima, por vuestra resolución; me felicito yo mismo por vuestra elección, y los dos estamos de en- horabuena. No hablemos de lo pasado, no empañemos nuestra ale- ería con ningún triste recuerdo. Así se expresaba Juan sin pizca de doblez, pues ahora como siempre había querido de todo corazón á Elisa. —¡0h, mi querido primo! ¡Cuán poco es lo que me amas! ¿Po- dría yo esperar de tí esa indiferencia con que has sabido por papá mi desgracia? —¿Indiferencia? ¿No tengo el corazón lleno de alegría y rego- cijo al saber que al fin serás mia? —No me basta. —¿No rebosa de gozo mi alma al saber que vuestro seductor tiene contados los días de su vida? Ni eso me satisface. —Así, pues, ¿quieres que viva? —No; quiero que muera mil muertes, porque mil muertes ha dado él en mi corazón al que hubiera sido siempre idolo de mi amor toda la vida. No puedo negarlo seréis al fin lo que debíais ser, lo que Dios quiere que seas, mi amado esposo, y te debo toda la verdad de mi corazón. Ese infame, no sólo abusó de mí, sino que trabajó siempre por quitarme el afecto que sentía hacía tí. Ahora lo comprendo todo. Primero trató de seducirme con sus títulos no- biliarios, posesiones, riquezas y comodidades en España. Y como todo esto no hacía impresión en mí, ¡horrorizate, primo mío! me infundió miedo hacia tí escribiéndome una y cien veces que yo acaso sin saberlo era hija de un padre criminal, asesino y ladrón, y tú de otro igual al mío. Que uniriíamos en el matrimonio—nota la envidia —muchos millones ajenos y manchados de sangre; que casi se nos apunta con el dedo como intencionados causantes del E. incendio que destruyó hace quince años aquel ingenio de Agustín Goytisolo y Estanislao Digát.—¿Te acuerdas? que nos hacía compe- tencia en nuestros asuntos comerciales; que se susurraba bastante claro para quien quisiese entenderlo cuál era el móvil de nuestros papás al impedir que un hombre de intachable vida entrase en nues- tra casa si alguno lo pretendiese; en fin, que él me ama con deli- rio y que no quiere ni un peso de mi fortuna, sino casarse y mar- char á España para salir de esta atmósfera desacreditada de nues- E A p

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