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A LI ARS A IRIAAR TO AA AREA TRI RT 382 Historia de una Cubana con los asesinos que te dejarán tendido donde tú menos pienses. Mi padre ha firmado tu muerte, y tú no serás sino una de tantas víctimas sacrificadas al cuchillo pagado por él. ¡Oh! esto es horri- ble. No puedo más; la cabeza me abandona, el corazón se me hace pedazos. Hoy después que hable con mi papá, ó después que ven- ga mi primo y hable con él, volveré á escribirte. Para salvarte ne- cesito bien discurrir antes el modo. Tuya siempre, Elisa». Cuando sintió por la casa los primeros pasos de la servidumbre llamó á la esclava de su mayor confianza, y poniéndole el dedo en la boca y unas monedas de oro en la mano, le entregó la carta dándole la dirección de viva voz para el capitán Martínez en sus propias manos. A la media hora estaba de vuelta habiendo cumplido su misión perfectamente. Elisa respiró teniendo ya á Martínez prevenido y y en guardia. Su labor magna consistía ahora en los recursos em- pleados para salvarle, pues le parecía tiempo perdido sondear á su padre á ver si había cambiado, ni tratar de ablandarle. Antonio Biren, aunque se acostaba tarde, tenía costumbre de levantarse para las siete. A las siete y media le servían un te á él solo en su antecámara, y este día con gran sorpresa suya vió que se lo servía Elisa misma. —¿Cómo eso, hija mia? Papá, por no molestarte no he venido antes. Tenía impacien- cia por venir á pedirte perdón. He reflexionado en el mal paso que dí anoche huyendo de casa y exponiéndote á tí á la vergúenza de buscarme. De lo demás... de lo demás, papá, yo no tengo la culpa. He sido forzada. ¿Cómo forzada? Pues no dijiste á tu mamá que estabas re- suelta á casarte con ese miserable capitán contra la voluntad mía y la de todo el mundo? Explicate. —Sin duda así lo dije, porque antes que nuestro rango pensé yo era el único medio de impedir la deshonra de la familia. Pero tu disposición con mi primo me ha dado luz y ahora no sólo no me casaría con ese miserable deshonrador, sino que quisiera ser hom- bre para vengar la afrenta que... Elisa llevó su pañuelo á los ojos para recoger alguna lágrima. Su papá la impidió concluir lo que decir quería. —No tengas cuidado, hija mía, que están ya dadas las dis-

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