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A AI e AAA TO ls DEAR 7 ÍA DAN : > 380 Historia de una Cubana dre para ganar siquiera ocho días de tiempo en que poder reunir algunas alhajas y fondos y huir á España, al Africa, ó donde quie- ra, con tal de no verse unida á su detestado primo. Pero que él no | olvidase era suyo lo que llevaba en su seno. eur Allí vió sobre la mesa escritorio trozos de papel en blanco, de las cartas rotas, y tomó uno para borrador de los principales pun- tos que había de escribir despacio á Martínez. ¿Cuál fué su sorpresa a después de escrito un lado, al ver que por el otro estaba escrito con letra de su papá dirigida á su primo y con la fecha del mismo día? Tomó el otro pedazo y,uniéndolos ávida de su contenido, lo devoró hasta el fin. Sus manos temblaban,su mente ofuscada no le daba una idea, quedó petrificada como una estatua. Así la hubiera encontra- do su padre si el reloj de la próxima parroquia no la sacara de su | “aturdimiento dando una fuerte campanada. La una ¡ay, ay! Su papá debía salir ya del casino. Dejó los trozos de la carta rota tal como los encontrara, se echó al bolsillo el sobre en que decía á su padre que dispusiese de su mano á fin de que no sospe- 118 chase que ella había estado allí, apagó la luz y se retiró del des- pacho. No había aún llegado al dormitorio de su mamá cuando lanzó un ¡ay! prolongado y agudo. Un recuerdo había herido su frente como un rayo. Volvió apresurada al escritorio, encendió otra vez la luz, y tomó y se guardó el trozo en que ella mis- ma había escrito los puntos para ampliarlos después cuando escri- biese á Martinez el proyecto de engañar á su padre. ¿Pero cómo llevárselo y dejar allí el otro? En esta indecisión sintió el ruido de una puerta que se abría, y en el andar conoció los pasos de su papá que se acercaba. Tiró inmediatamente el otro trozo al cesto de los papeles para quitarlo todo de la vista, y sin tiempo para apagar la luz ni salir de allí, la sorprendió su padre en el des- pacho. —Adiós, Elisa. Me dice vuestra doncella que me esperáis en vuestra salita rosa, voy, y... Elisa no le dejó concluir. — Toma, papá. He venido aquí para contestarte eso. No estoy ahora con ganas de hablar más; me siento rendida. Déjame que me acueste y descansar. Y sin ir siquiera á saludar á su mamá, se retiró. Su padre leyó con satisfacción y triunfo, aquel «Papá, dispón como gustes de la

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