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30 Equivocación... cas estancias de los Nuzius, Darregas y Anchorenas, de los Aluca- res y Pereyros. Al contrario, que con su creciente aburrimiento afligía y aburría á todos y que él estaba avergonzado. Así, pues, que resolvía volver inmediatamente á casa y que se les esperase en el próximo vapor. Que á su llegada me diría de palabra el mayor disgusto que Raquel le había dado ya al entrar en Buenos Aires, queriendo sin desembarcar regregar á Montevi- deo, á causa de una manifestación fanática de papistas, que llena- ban las barcas, el puente y todo el puerto. (1) ] Un año estuvieron fuera viajando, y en todo ese tiempo me propuse yo dos cosas: primera, que ella se acordase menos de él; segunda, que él se acordase más de ella. No conseguí ni una ni otra. A su vuelta todo:continuó como antes del suceso. En mis conversaciones con el General, ellos eran nuestro tema obligado. Separarnos las familias era imposible. El acto no había transcendido. Para todo el mundo seguian siendo lo de siempre, los futuros esposos. Sólo al doctor de S. M. R. que también es médico de casa, se le puso en autos y esto con todo sigilo, por el estado fatal de Raquel. Ella, desde aquella fecha ha omitido siempre con todo cuidado el título de hermano, á pesar de lo sucedido; él con toda la naturali- dad, no estando su padre, se complace en repetirlo. Hace un mo- mento, ahí, sentado donde vos, señora, estáis, me decia el doctor Behring, que si Orlando vive, es esta la mejor ocasión, para que se opere en él un cambio completo de ideas. (1) Este era el caso. En el mismo momento de su llegada, se encontró á todo Buenos Aires enel puerto. Aquel esclarecido y Santo Arzobispo, Mariano Escalada, que á su llegada á Roma había de recibir en su propio domicilio como muestra de aprecio, la visita nada menos que del Santísimo Pío IX, Papa Rey, cuando salía de su Archidiócesis para asistir al concilio Vaticano, llovó tras sí hasta el puerto á todos los corazones, él, que era amado de todos sin distinción de clases, jerarquías y opiniones. Por tan fausto suceso y como demostración de cariñosa despedida, el Vicario General, Dr. D. Federico An- ciros, había dispuesto que á la salida del amadísimo Prelado, todas las cam- panas fuesen echadas á vuelo. La conmoción y la alegría se reflejaban en todos los semblantes. Los vivas cordialísimos y entusiastas aclamaciones se repetían sin cesar. ¿Qué es eso? ¿qué es eso?—Se preguntaban los reción llegados. Ra- quel no esperó la explicación. Entre el inmenso gentío, y entre otras Comuni- dades religiosas, había distinguido á la Comunidad de Capuchinos, residento por aquel entoncos en Belgrado. Papá... Mira, mira los de Vet-Oetinga. Y no quería entre en Buenos Aires, conociendo que todo aquello era católico,

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