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Novela histórica 379 —Pues me has llamado. —¡Ay! sin duda mi mano convulsa tocando materialmente el timbre ha pulsado el botón. Pero entra ya que has venido. ¿Está en casa tu papá? Lo necesito con toda urgencia. Podía hacerme un gran favor. —No; pues no está. Son las once y media, y no se retira del casino hasta las doce. —El mío se retira á la una. He pensado una cosa, Clarita. Es- toy intranquila, agitada, no puedo descansar. Quiero vestirme y que me acompañes á casa. —Si quieres avisaré á mi papá. Pero ¿te falta algo aquí? —No he de pensar sólo en mí, Clarita. Mañana no me perdona- ría yo misma haber pasado toda una noche fuera de casa. —Siento que á estas horas te molestes. No te hará bien ninguno.” —La hora es la mejor. Para ir á la puerta más arriba no hemos de encontrar mucha gente, y esto es ante todo lo que yo debo pro- curar. Además, mamá, estará ó nó acostada, pero ni dormirá ni está bien. —-Como gustes, Elisa; pero yo sentiría que... —Nada temas. Han cambiado ya las cosas; y he pensado cómo me las he de arreglar. Clarita la acompañó hasta su casa, y por expresa voluntad de Elisa, desde la misma puerta la despidió. Elisa llamó á una doncella y le ordenó que esperase á su papá, y tan pronto como llegase del casino le dijese que la señorita aca- baba de volver y le esperaba en sus habitaciones. Ella se dirigió al despacho particular de su papá para escribir allí y dejar bien á la vista estas palabras: «Papá, dispón como quieras de la mano de tu arrepentida hija, Elisa». Esto lo escribió á grandes letras en un sobre que encontró á mano. Cuando su papá entrase á verla gratamente sorprendido de en- contrarla en casa, ella sólo tendría que decirle: «en tu despacho tienes mi contestación.» Otra carta quería escribir Elisa y ésta de- bía ir bien pensada. Queria decir á Martinez todo lo sucedido; in- cluirle la carta de su padre, y ante esta despótica imposición, irrevocable y temible, que ella se determinaba á engañar á su pa-
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