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A a dc RA A: AAN LI ¡dia Ser yacen ia 5 ES PA E e e RN 370 Historia de una Cubana ¿Vendrá en algún entreacto?—se decía Elisa hablando consigo misma. Y después de un enamorado coloquio lleno de ternuras dirigidas á León, acabó con desesperado soliloquio maldiciendo el haber nacido tan rica, tan negra. Desde ese momento en que le constaba positivamente que él la había visto, le devoraba la im- paciencia. A instancias de sus papás, pero sin ganas de tomar nada, salió con su primo á la confitería y le sirvieron un refresco. Juan se lo tomó. Elisa no lo deseó, pero tuvo pensamiento de que nada perdería porque aquello se volviese un veneno activo á su queridito primo. Al empezar el último acto volvió á su palco. An- tes de sentarse dirigió al de militares una mirada que quiso ser vaga y resultó devoradora. Martínez contestó con un ligero movi- miento de cabeza significando que iría de buena gana á cumplir su palabra, á darle las gracias por sus generosidades, pero que no se determinaba, que le imponía todo. La función concluyó. Elisa, contra toda su costumbre, aban- donó el palco de las últimas. Después rechazó el brazo de su pri- mo. Llevaba ya ella una tormenta á casa para descargarla con- tra él, aunque directamente fuese dirigida á su padre. No, no, y no.—Le diría á su papá en cuanto llegasen á casa. No sólo no quiero á mi primo, sino que le aborrezco; y si él tanto me quiere, que me lo pruebe volviéndose mañana mismo á Guantánamo, y no viniendo más á verme hasta que yo le avise. Martínez estaba entretenido en los pasillos con algunos amigos. Elisa al descender la escala recibió de él un respetuoso saludo, y comprendió, ó por lo menos así se lo dictó la necesidad que su co- razón sentía de ilusión, que el Capitán sólo por saludarla se había quedado allí. Y la verdad es que él se sorprendió no poco al verla, pues la creía ya en casa. Pero ¿por qué no habrá cumplido su palabra?—Se decía á sí misma ya en sus habitaciones después de la tormenta con su padre.—Después y todo soy yo bien tonta en quererle tanto. Y se estorzaba por convencerse de su tontería recordando las mismas razones que Martínez alegaba para justificar su retrai- y que ni entiende todo lo miento. «Sin ingenios, sin millones»... que yo le quiero... Pero pronto el amor volvía á tomar su imperio acallando á la razón y levantándose por encima de todas las razo- nes.

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