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Novela histórica 369 tregado al negocio, y ella quería vivir más para amar y ser ama- da. El color entraba también por mucho y le disgustaba sobrema- nera lo negro. ¡Qué diferencia con Martínez! Parecían el día y la noche. Un día espléndido y una noche sin luna. Antonio Biren, el padre de Elisa, había escrito 4 Guántanamo notificando á su sobrino las grandes fiestas de la Habana, y que era ocasión de divertirse. El primo de Elisa ya lo sabía. Antes de recibir la carta tenía preparado el viaje, y llegó precisamente do- mingo por la noche. Ella no podía prescindir de tal compañía, pero estaba resuelta á dar á conocer á Martinez que no debía te- mer un rival en aquel hombre espantajo. Juan Biren hacía real- mente ante su prima el caballero de la triste figura, jamás Elisa le dirigía la palabra, y si él preguntaba, era contestado con mono- silabos: sí, no, no, sí, y á veces ni eso, dejándole sin contestación ó haciéndolo con un movimiento de cabeza que indicaba bien á las claras, me cansas, me cargas, y si quieres que te deba un favor no me preguntes nada. ¿No le había prevenido ya en casa que prefería no ir al teatro antes que ir con él? Y si había cedido después de una hora de insistencias, le dejaría sentir bien su molesta compañía. Entre tanto flechaba sus gemelos al palco de militares. Martí- nez estaba allí, pero apenas se distinguía, pues se había retirado al fondo cuando vió entrar á Elisa y familia. Sin embargo su her- mosa cabeza descollaba por cima de los hombros de sus compa- ñeros, y á quien le conocía, era fácil saber donde estaba. Elisa esperaba que el Capitán se levantase para recordarle siquiera con un movimiento de sus gemelos la palabra dada, é inspirarle valor para ir á saludarla. Nada. El no se movía, La favorita iba adelante y ella no se había dig- nado todavía dirigir una mirada al escenario; como dando á en- tender que no por La favorita, sino por el favorito había venido ella al teatro. El negrito no hacía más que seguir con sus ojos de mármol la insistente dirección de los anteojos de su prima, pero le era difícil adivinar el blanco. Hubo un momento en que Mar- tínez y otros más se levantaron. Elisa se conmovió. Sin duda ha- bía entrado un jefe. El Capitán, antes de volver á sentarse dirigió una mirada á Elisa, y ella sorbió aquella mirada como al río sorbe el mar. En su garganta se ahogó un nombre que de buena gana hubiera pronunciado y bien alto. 24 I Il 4 ll A ——o ao mb A o

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