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A A A Ñ ) | | A 4 A 366 Historia de una Cubana Jamás he merecido de tí ni una mirada, ni una palabra; y no es la primera vez que nos encontramos en bailes. Antes bien he notado en tí algo así como estudio de no tropezar conmigo ni en miradas ni en palabras. —Y sin embargo, Elisa, ni la ignorancia estaba en mi frente ni en mi corazón la indiferencia. —Para corresponder á Clarita... Martínez sintió que se le contenía un latido del corazón. Por un momento se sorprendió conmo viéndose robado en un tesoro que él había llevado siempre oculto en lo más recóndito de su pecho. Cierto que aquella Clarita, le había quitado á él más de un sueño, pero ¿quién era él? Al propio tiempo que pena, tuvo gozo cuando supo la quiebra ruidosa de sus padres, pero aún entonces se contu- vo por un sentimiento de delicadeza, pues le pareció que aquella Clara arruinada, podía pensar para sí, ¿tanto he descendido que se me atreva un capitán? Y así, muy convencido de que si algo se había traslucido de su afección, sería á lo más en alguna afectuosidad, respondió á Elisa preguntándole: —¿Me habéis visto galantear á una más que á otra? —Os he notado que jamás habéis galanteado á nadie. Me hacéis justicia. Acaso lo hubiera hecho así siempre du- rante mi permanencia en Cuba. Sois excesivamente ricas ó excesi- vamente esclavas. No hallo tiempo para fijarme en términos me- dios, si es que los hay; y teniendo que acompañar á todas partes á mi padre, su presencia me hace ser grave, más de lo que pide mi juventud, y la sociedad que él frecuenta me pone á mí en relación con lo que no me corresponde. Ya lo ves, Elisa; no tengo ingenios, no tengo como tú, millones. No tengo más carrera que la militar, y en la milicia, sólo tres estrellas muy fijas en el brazo, que tarda- rán mucho en caer á la boca manga y mucho más en convertirse en errantes, formando en mi derredor con fajín de brigadier, de mariscal % General. —¿Y si yo te dijera que aún cuando esas estrellas estuviesen en tu brazo más fijas que las del firmamento, yo me miraría en ellas con preferencia á toda la vía láctea de Generales, y aún prefirién- dolas al sol espléndido de una corona? Martinez... Martinez no pudo contestar. Ya la marcha real anunciaba la

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