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E pe de ——- OREA: RR ROTANA AGAR TAO VEDA PECAR —— 2. Mi Hi 364 Historia de una Cubana Í 0H a 6 : , A A A A RA 00 | hi l 1 ven Soberana, la música preludió una Habanera, aire del gusto ll especial de aquel indolente país. El anciano Capitán General, por pura cortesía, inició el baile con la señora del Gobernador civil; y después de varios pases de etiqueta entre caracterizadas parejas, el baile llegó luego á toda su libertad y animación. Clarita, después de un wals, bailado con el hijo del Capitán Ge- neral, buscaba entre las señoritas más ó menos amigas, quien fa- llase, pero con todo sigilo, el pleito pendiente entre ella y su amiga Elisa. Evitó ante todo que fuesen militares; y cuando encontró dos, á su juicio imparciales y calladas (en esto se equivocó) las llevó á la sala de refresco y les propuso el caso. Lo acogieron con una carcajada estrepitosa; pero apremiadas más y más por Clarita, tuvieron que resolver, y resolvieron con la condición de no publicar quién había fallado el pleito. Martínez era el joven más bizarro y más hermoso que se presentaba en to- e a A A y re das partes. —Lo decís acaso por mi para no... li Ñ —No, no. Imparcialmente. Martinez está en todos conceptos | sobre el otro. Pregúntalo á otras dos si quieres. —No, no. ¿Para qué? Clarita quedó llena de gozo y de amargura. Los jueces habían sido imparciales. Lo mismo pensaba ella. Pero ella y los jueces fueron más imparciales que calladas, y la noticia poco á poco y seguida de un prudente y encarecido ¡chitón! llegó á oídos de todos, y también de Martínez. Este se sonrió y dejó pasar la noche sin hablar más del caso. Al final juzgó de buen 11480 tono por vía de gratitud bailar la última habanera con Elisa, ven- Ha ciendo por supuesto una interior y exterior repugnancia. —$Se que habéis inventado una nueva lotería.—Le decía León NE bailando. Tan confusa y atolondrada se sentía Elisa por el gozo de Mi que Martínez la hubiese proporcionado aquella honra y satisfacción Ml ; que no sabía qué responder. El le salió al encuentro con otra pre- gunta.—¿No temíais perder? | —No;—contestó por fin Elisa muy resuelta, después de breves pl momentos en que trató de reponerse un poco.—Estaba tan segura MM de ganar que en conciencia no debo recibir la joya. —Pero no érais vos quien había de fallar, y bien pudiera su- a A NN AS A A A e A ica ) ceder... l —No; imposible si juzgaban imparciales.

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