BCCPAM000521-3-32000000000000

Novela histórica 357 aún, su gozo al saber los detalles de su muerte arrepentida. Sospe- chó la realidad de todo lo sucedido, pero, prudente, no quiso ha- blar por no comprometer á la familia. Sor Francisca le enteró de alguna cosa y después se retiró á Convento de clausura, monja sa- lesa. Orlando no dejó á Dios por su padre, y Dios le concedió que no perdiese á su padre eternamente. Bien cierto que si Hereford hubiera seguido las indicaciones de su hijo no le alcanzara tan pronto la muerte. Dos caballeros, á quienes Orlando se negó á re- cibir, solicitaron ver el testamento. Por cierto tenían en él señala- da una buena parte, pero el testamento estaba anulado por otro reciente, y el desengaño fué grande. Martina sentía y lloraba la muerte del General como si hubiera perdido un hermano, un padre, un esposo. Estaba inconsolable cuando Berlín se ocupaba de los grandes preparativos para la co- ronación de S. M. Guillermo, Rey de Prusia como Emperador de todo Alemania. Sea que esos preparativos sirviesen para las pri- meras fiestas si se coronaba en Berlín, sea que sirviesen para las segundas si se coronaba en Versalles de Francia, como era lo más probable, todas las fondas, cafés, teatros, plazas, paseos y comer- cios, todo estaba en movimiento para ensanches, adornos y pro- visiones. La casa Bamberg era lo más vivo y lo más muerto. Lo más vivo si atendemos á David ocupado en préstamos de muchos miles y millones 4 todo el que necesitaba dinero para explotar las circunstancias, explotándolas ya él, el primero sobre terreno se- guro y á buen tanto por ciento, muy agradecido, por la ocasión, al Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. Por otro lado el Palacio era una desolación. Martina era toda la familia, A pesar de su soledad, obligó á sus hijos habitar el Klopstoch, pues si bien Raquel siem- pre sería buena con ella, de Orlando no podía prometerse sino una vida exasperada, y acaso por culpa de él, una muerte como la del General para David, y tal vez para ella misma. Desde que se había hecho papista llevaba la maldición de Dios, y era él mismo la causa de todas las desgracias presentes, y sería de todas las que sobreviniesen, Otra cosa preocupaba también la delicadeza de su conciencia para no permitir que sus hijos habitasen en el Bam- berg. Ella no consentiría jamás ni por sombra, ser cómplice de la perversión de sus inocentes nietos, y su yerno se había de compla- cer en pervertir á cada uno desde el primer día de su llegada al

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz