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aid a or A e PAI e eS nd 356 Equivocación... en dos pedazos con quien esperaba la contestación. El buen pá- rroco puso el hecho en conocimiento de su Prelado. Ya en el Palacio Bamberg se preparaba un regio salón para Capilla ardiente. Masones bien conocidos de Schorch darían guar- dia al cadáver. El Pastor protestante, acompañado de algunos presbiteros de honor, iba con el Ritual á recitar algunas oraciones, á incurrir en una de tantas contradicciones como incurre el protestantismo, que no admitiendo el purgatorio, sino el cielo ó el infierno, donde nada del Ritual se necesita, no obstante reza al difunto ó para el difunto. A no ser que el Padre Nuestro aproveche al cuerpo como el bálsa- mo, para que no se corrompa. El Párroco volvió á escribir á la familia que sentía no haber recibido una contestación conforme; pero que no pudiendo dejar incumplida una de sus más sagradas obligaciones, cual era, mirar por el decoro de sus fieles difuntos, estaba dispuesto á entablar pleito, y hasta obligar á la exhumación si por la fuerza enterraban el cadáver de un católico en lugar no sagrado. Que mirasen bien lo que hacían antes de obrar, porque tenía él todas las pruebas de que el General había muerto católico y renunciando á la masone- ría. Por lo tanto, que el ridículo sufrido les resultaría mayor. A esta carta recibió contestación, con promesa de una gran santidad si..... Fué rechazada con indignación por el digno Párro- co Weimar. Schorch abrió los ojos, la resolución superaba á sus fuerzas, el ejército había de estar representado y en él había también católi- cos. En consecuencia se mordió los labios y envió el billete al Gran Oriente de la Masonería. Este examinó bien todo, consultó, y en conformidad con las leyes del reino dejó al Párroco todo el campo libre. El Centro Católico tuvo un triunfo señaladisimo. Los diarios comentaban después el incidente, y los comentarios de este hecho ocuparon á todo Berlín. Martina no supo hasta varios dias después qué Cabildo se había hecho cargo del sepelio, y que el General no estaba en el Panteón de los Klopstoch, sino provisionalmente en el carnario riquísimo de una familia católica. Orlando, desde don- de recibiese el primer aviso de la muerse vendría á Berlin, y haría edificar á su padre un magnífico mausoleo para trasladarle allí en tiempo oportuno. Su dolor había de ser grande, pero más grande

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