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m” BR aa a a AENA Novela histórica 355 como de casa, y en la portería las mesas y tarjeteros para el des- file. Los dos esposos tenían honda pena y aflicción, pero... ¡eran tan terribles los compromisos con la logia! Mutuamente, ni siquie- ra tenían ganas de hablar para consolarse. Tan triste cuadro for- maban marido y mujer cuando, quebrantando la orden dada, fue- ron interrumpidos por golpecitos, más ó menos repetidos; más ó menos suaves, en la puerta de la cámara. Era Schorch. De la Pa- rroquia católica se había recibido un billetito en que, además del pésame, se anunciaba á la familia, que habiendo muerto el Gene- ral dentro el seno de la Santa Iglesia Católics , Apostólica, Romana, tenía la obligación de hacerse cargo del cadáver: por lo cual ro- gaba el cura párroco se le avisase la hora para la conducción al cementerio católico. Y se firmaba y sellaba. Weimar, Rector. Schorch había quedado estupefacto ante semejante lectura é impía invasión. Su primer impulso fué romper el aviso inmundo y profano y dar la callada por despreciativa respuesta. Después reflexionó si podía tener aquello más transcendencia encontrándose en la calle los dos cabildos, el protestante y el católico, y dar lugar á una per- turbación y desórden público y hasta á un pleito. Optó, pues, por poner en conocimiento de los Bamberg la ridícula pretensión del ministro papista, y avisar también por su parte á quien corres- pondía para que contuviesen en sus atrevimientos al indigesto cu- ra, ó le metiesen el miedo en el cuerpo. Pero no era este hombre que se acobardase por anónimos ni por amenazas firmadas. Había recibido del capellán de la Comunidad, no sólo aviso de que el ilustre General moría católico, sino las insignias de que mo- ría renunciando á la masonería, y con tales armas, estaba dispues- to á todo dentro de la ley del estado prusiano. Martina, al enterar- se del billete leído por Schorch, rugió de ira, y sintió que las circunstancias le impidiesen salir á abofetear al papista mismo, ante quien había quedado abochornado su Venerable Arzobispo. Reiteró á Schorch la confianza para entenderse con todo, y puso á su disposición la casa para impedir por cualquier medio y coste semejante profanación. ¿Creería el papista que la perversión y * apostasía de Orlando le daban á él algún derecho sobre el Gene- ral? ¡El muy desvergonzado! Schorch despreció el billete hasta el punto de devolverlo roto

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