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Novela histórica 353 Y renovaron la conversación sobre el disgusto dado por Orlan- do la noche anterior á toda la familia y asistentes á la boda. El teneral no desplegó sus labios. Se limitó á decir que como ya Or- lando lo tenía avisado... Pasó media hora. Bamberg no venía, y almorzaron. Después Martina se retiró á la siesta y el General fué al Klopstoch. Quien hubiera visto á Hereford toda aquella tarde separando con escru- pulosidad algunas cosas y guardándolas en maletas bajo lla- ve, hubiera dicho que proyectaba un largo viaje. Al oscurecer volvió. Se comía á las seis. David estaba ya en Palacio y en cama desde las dos de la tarde, con prohibición de que se le molestase. ¿Dónde había estado? ¿qué había hecho? La noche anterior en la logia, donde debía presentarse también el General; y ahora igual- mente en la logia á donde el General llamado por última vez no fué. Desde las diez era esperado Hereford por la Venerable Asam- blea. A las once tuvo la sesión formal que duró hasta la una. ¿Quién había de dar el castigo al traidor? ¿cómo? ¿cuándo? Eran los tres puntos que se debían tratar, y los asistentes debían expo- ner su juicio por escrito y orden sobre cada uno. Después la presi- dencia examinaba todos los pareceres, y elegía una mano, un me- dio, y una hora señalada. El elegido no podía rehusar ni dejar de cumplir, sin que hubiese ya otro indicado para darle á él su mere- cido castigo. Entre los pareceres había éste, llamar al General á "alacio Real con carácter de urgencia, y que debiendo pasar por tal calle, allí oportunamente se atravesaría un coche. El del Gene- ral por fuerza se detendría. Entonces, uno desde el estribo llama- ría su atención, mientras otro le daba el golpe de gracia con puñal envenenado ó revólver por la opuesta ventanilla. La presidencia tuvo en cuenta lo que debía evitar dado el ran- go del General, y optó por el secreto y poco ruido. La víctima ya se sabía cual era, y señaló el verdugo y el instrumento de muerte, El General, á su regreso del Klopstoch, encontró la mesa puesta, pero parecía fuese á comer él solo, pues ni siquiera Martina se presentaba, y era la hora. David estaba en cama, su señora le cuidaba. ¡Si el General hubiera oído la conversación de los espo- sos y hubiera visto las lágrimas verdaderas que derramaba ella! Cenó solo y se retiró. Martina salió luego á la mesa, no probó bo- cado, tomó una botellita al parecer la ordinaria del vino como 23

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