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A PUT A TRIANA TAPA T ANRA O AMANDA e. 3852 Equivocación... sando en lo que le habían dicho Sor Francisca y el Capellán, y en que él quería entregar Jesucristo á sus enemigos cual otro Judas y con algunas circunstancias agravantes. No, no, se decía Hereford, es más noble levantarse sobre los hombres como el otro Apóstol y decir á Dios: ¿qué queréis que haga? Aunque me conteste Dios por los malvados, que la muerte. Sea por El, sea por El. Yo no tengo méritos, yo no he hecho nada bueno. Señor... Señor...—el General se confundia—tenedme en cuenta, en descargo de mis pecados, que estoy dispuesto á morir antes que ser yo causa de que se cebe en Vos el puñal asesino de esos malvados que sólo creen en vues- tra real presencia cuando se trata de profanaros. Antes mil muer- tes para mi. En estas reflexiones santas estaba, y en estos coloquios de un arrepentido con su Dios, cuando le llamó la atención el reloj dan- do las diez. De súbito se levantó. Hubiera querido tener allí un crucifijo grande, muy grande, para abrazarse y clavarse por amor con él. ¡Oh! hijo mio! —exclamó prorrumpiendo en llanto—qué bien has hecho en todo, qué grande me pareces ahora, qué superior á mí y á muchos hombres. Sentóse para trasladar al papel sus sentimientos, como si hi- ciese á su hijo historia de cuanto le estaba sucediendo, y se le fué un buen par de horas sin haber hecho caso ni del desayuno que le habían servido. Cuando le llamaron á comer, estaba escri- biendo la admiración que le causaban tales efectos producidos por su equivocación en dar á su hijo otros escritos con el testamento, y cómo Dios se habia servido de todo para su bien. Equivocación... feliz, hijo mío, decías bien; feliz equivocación aquella que á ti te hizo tan superior á lo que hubieras sido, y que á mi me ha recon- ciliado con Dios. Siento no haberte seguido, pero estoy dispuesto... Con intención de proseguir después, dejó la pluma para no ha- cer esperar á Martina y Bamberg. —General. David se habrá indispuesto? — ¿Donde está? -—$Si ha salido á las nueve y media abatidisimo, con su simple sorbo de leche. Ya ves, las doce dadas y no viene. —Pues si quieres esperaremos un momento. -—Un momento nada más.

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