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a O A A - Novela histórica 351 ó6 cómo había hecho fructificar Sor Francisca en el General la con- ferencia del Purpurado y Orlando? Las cinco, las seis. Hereford vuelve al Palacio Bamberg. Ni siente el sueño y no ha dormido. Queda una hora y la pasa arrodillado, avergonzándose antes de que no ha encontrado una imagen santa para hacer más expresi- va su fe. Las siete. Puntualmente sale de Palacio á esa hora y en el acto se ve seguido de otro coche dispuesto á ir por la derecha, por la izquierda y por cualquier dirección. Ya el General sabía que era esperado en previsión, tanto para andar, como para ir en coche, y que allí se detendría el testigo donde se detuviese él.: ¿Y dónde se detuvo? Pues en la misma capilla donde una hora antes descargaba en confesión sacramental su conciencia, recibía debi- damente la absolución, y daba al ministro de Dios palabra de entre - gar por sí mismo á su vuelta, en señal de renuncia, las insignias de la masonería que la había esclavizado. La campana llamaba hacía rato. Toda la Comunidad extrañaba el retraso de la misa en este día. Pasaba ya más de hora y media. Pocas sabían á qué atenerse. Cuando se presentó el General en la Capilla, salió el sacerdote al altar. Dos caballeros se veían también por allí. Sin duda habían venido en el segundo coche acompañando al General. Estaban juntos, á poca distancia de él. Oyeron toda la misa, derechos, pero muy atentos, muy serios, si bien hablando alguna vez entre si. Al final dió el Capellán la sagrada Comunión, y después de comul- gar algunas Religiosas, el General comulgó también entre los fieles. Hereford no se retiraba de las gradas del comulgatorio y allí estaba con la cabeza confundida entre las manos. ¡Qué compara- ciones haría! ¡qué propias para una profunda meditación! La ac- ción de gracias duraba demasiado para la paciencia de aquellos dos caballeros particulares, A las nueve salía Hereford, encontran- do sólo su coche. Ya los testigos habrian ido á dar cuenta del triun- fo seguro, y á esperarle á la cita. Si á su llegada á Palacio hubiera preguntado por David, seguro le hubiera contestado Martina muy apenada que iba á salir y no se encontraba bien. Pero no preguntó nada, ni siquiera por Martina. Se encerró en su cuarto y pidió 4 Dios fuerzas para concluir la batalla empezada y conseguir el triun- fo de la victoria. ¡Oh! Cómo se horrorizaba ahora el General pen- PAX :

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