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A AS AA AA NS 350 Equivocación... Cuando Sor Francisca vió al General, ya temió que algo más y más extraño mediaba. Al cuarto de hora de conversación oyó alguna exclamación de Sor Leona y la puso en guardia. El General hablaba de intereses y disposiciones, de testamento y dónde estaba el nuevo, y Sor Leo- na, extrañadísima, replicaba que por qué hablaba así entonces. El pretextaba que nadie tiene la vida segura. Pero la Religiosa no se aquietaba, porque una cosa oía y otra bien distante y alarmante veía. Veía que su padre no hablaba con la serenidad propia de quien así discurría, sino con la nerviosidad de quien está para descargar ó que le descarguen un tiro en duelo; y pensando si algo desagradable había sucedido entre los papás de los contrayentes, entre su padre y su hermano, ú otra persona extraña ó de la fa- milia, preguntó alarmada si se trataba de algún desafio. Sor Francisca no dormía. Y vió como si la hermana quisiera llamarla á terciar en la conversación y que viniese en su ayuda, pero que no se atreviese á indicarlo inconsulto el General. Sor Leo- na no hacía sino lamentarse y llorar y aturdirse, y cuando el Ge- neral quiso levantarse para marchar, le rogó ella que hablase con Sor Francisca, y al mismo tiempo le hacía á ésta señas que se aAcercase. Desde el primer momento, con su percepción clarisima, dominó la situación, y por todo junto se convenció de un no se qué, pero de un algo gravísimo. Hereford había admirado varias veces la superior inteligencia de Sor Francisca y su mucho conocimiento de mundo. No era tan fácil contentarla sino con la verdadera razón de cada cosa. El General se veía embarazadísimo, tanto si se reti- raba de un modo brusco que resultaba violento, como si se detenía para no ser franco. Un arranque de audacia inesperada en Sor Francisca decidió de la suerte eterna del General. Le preguntó si llevaría á mal le hablase un momento á solas. —Un momento...—no tuvo inconveniente el General. Y á las cuatro de la mañana se concluía ese momento. Á esa hora era lla- mado precipitadamente el Capellán de la Comunidad, muy extra- ñado se le despertase dos horas antes de la misa, y llegado al Asilo, Sor Francisca condujo al confesonario á los dos, al Gene ral, y al ministro de Dios. ¡Oh! ¿Cómo había sembrado tan hábilmente,

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