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PARA AS AA TA A 0 ROA A NAVETTA o” 348 Ryervogarió... Se echó las dos manos á la cabeza y con las palmas apretaba las sienes, para impedir que los clavos entrasen tanto, pues las punzadas bastaban ya para matarle. ¡Ay!.. Ay, más doloroso y desgarrador, no la avia dado ni lo daría en su vida. La parecía estar todavía al pie del catafalco, en la logia, don- de se le acercó uno á decirle dos palabras al oído antes de despe- dirle. Ahora le exigían por escrito lo que entonces le anunciaban de palabra. Un asistente se había presentado temiendo si el ¡ay! y el ante- rior ruido, como de algo que se desploma, tendría relación con. su General. A Con todo respeto y temor se entró poco á poco, pues no era contestado á las voces de ¿mi señor? ¿mi señor? hasta que se lo vió tendido en el sofá. Hereford noHA , hablar, pero viendo al asistente ya con el grito en la poca para pedir socorro y dando el primer paso atrás para salir de la estancia, le extendió la mano suplicante, el asis- tente se la tomó, y asiéndole él fuertemente le impidió salir. Tenía la garganta anudada y la lengua trabada, pero se daba cuenta perfectamente de todo, y era sorprendente para sí mismo su ex- traordinaria lucidez interior. Algo así como lo que sucede á cier- tos moribundos que parece distinguen con tanta claridad las ideas como si ya no tuviesen las trabas de la materia. Así veía Hereford su vida, su conciencia, sus actos, su muerte, á Dios, y ála logia. El asistente, á intervalos, experimentaba sacudidas como si del General recibiese descargas eléctricas. ¿Será esta la caída final de tantos tropiezos como veo en su salud de alguna fecha á esta par- te?—se preguntaba á sí mismo el fiel servidor. Las once. Hereford quería acostarse, y difícilmente podía levan- tarse. Algo se había templado. Quien analizaría, y menos reducir á número los pensamientos, resoluciones y castillos de naipes, he- chos y deshechos durante una hora en la cabeza del General? Pero alguna idea había triunfado, y ya iba á obrar como dominado por ella. De pronto suelta la mano al asistente y le encarga con el ma- yor sigilo dé la órden á su cochero de preparar inmediatamente el coche. Lo ocupó con gran trabajo, y salió como estaba vestido.

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