BCCPAM000521-3-32000000000000

AA A A O PU RS: OL A 346 Equivocación... has casado contra toda mi voluntad. El Duque Norfolk era mi can- didato para tí. Te dejaré sentir mi disgusto en las cosas de la tierra; pero tú, levanta tu pensamiento al cielo y por todo el oro del mun- do no te dejes contagiar del papismo, pervertidor de tu marido. Y si Dios, mirando á tu pura fe, te bendice en tan detestable ma- trimonio, recuerda tu obligación de educar los hijos en la pura re- ligión de la Biblia, porque de todas las llagas, de todas manchas que el papismo haga en sus inocentes almas, tú serás la responsable. El tren se puso en marcha, y los cuatro se miraban sin verse. Las lágrimas inundaban sus ojos. Los pañuelos suplían la última despedida. Ya no podían verse ni mirarse. Hereford y Martina re- gresaron á Palacio comentando el incidente de la boda. —Pero ¿dónde estaba David, Martina? —No sé... no hablemos de él. Hablemos de tu hijo, del disgusto soberano que me ha dado, del desprecio solemne que ha hecho de la Biblia, y de su descomedimiento con el venerable sucesor de mi papá. —¿No te lo avisó antes? Creo haber oído... —$ií. Pero ¿quién iba á pensar, General, que á última hora sa- caría todas las imprudencias, descortesías é insociabilidades del papismo con escándalo de todos? Créeme que no se lo perdono; y te juro, que por ese acto, desagraviaré á Dios en vida y en muerte. Ya enel Bamberg, cada uno por su parte, recibió un recado. Martina, el anuncio de que su señor esposo había llegado algo indis- puesto; Hereford una segunda tarjeta de la logia. Martina siguió al camarero secreto hasta la regia alcoba de David, y el General, sin saber nada de esto, se retiró á sus habitaciones del Bamberg, por el miedo y horror que le causaba volver y verse solo en el Klopstoch donde había dejado incontestada la primera tarjeta. e.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz