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Novela histórica 345 el campo á Orlando. Entonces Raquel y él prestaron su consenti- miento ante el cura párroco. Este enternecido, estrechó después la mano de Orlando felicitándole y diciéndole: si los católicos cum- pliesen así con su deber en todas sus obligaciones y en todas sus partes, se acabaría el valor de nuestros enemigos porque se habria acabado antes nuestra cobardía. Alemania formaría un núcleo de católicos, un centro tan unido y tan fuerte, que haría temblar al mismo Canciller de hierro, Bismarck; con todo su Kulturcampf re- cién fundado sería impotente contra nosotros. Una idea conmovedora, que á todos arrancó lágrimas, fué la de Raquel. El mismo Orlando tuvo una sorpresa, pues nada sabía. Sobre una mesita de nácar, marfil y oro, había algo oculto bajo una colcha de damasco recamada de oro y con chispas de brillan- tes. Nadie sabía qué podía ser aquello. Al darse la mano los con- trayentes, Orlando la izquierda, Raquel tiró la colcha dejando al descubierto la urna riquísima que guardaba la mano cortada de Orlando. Ella la besó, y tocaba con su mano al dar la otra á Or- lando. Jamás hubiera dicho nada, ni la hubiera enseñado y menos dado, si Orlando no se casa con ella. Poco tiempo quedaba á los desposados para el lunch, y despi- diéndose y dejando á todos los invitados en la mesa, marchar al tren acompañados del General y de Martina. —Papá—le rogaba Orlando al darle el último abrazo antes de la partida —ven, ven con nosotros, que todavía hay salvación para tí. Yo me compro- meto á arreglártelo todo. Si te quedas aqui... Hereford no le dejó acabar la frase, ni era necesario; el abrazo de ambos se hizo más apretado y efusivo, cada uno estaba conven- cido de que difícilmente se verían ya con vida si el General que- daba en Berlín. Y no marchó El mismo respeto humano de siempre, el mismo qué dirán lo dejó clavado allí. —Hijo mío... todo el talento del físico puede impedir que dos nubes cargadas de electricidad se encuentren y del roce se pro- duce el rayo. —Pero su talento puede darle dirección é impedir sus efectos. Era inútil. Todas las razones del mundo no moverían las pirá- mides de Egipto. También Martina abrazaba á Raquel y le decía: Hija mía, te
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