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Novela histórica 343 —Pues yo como católico busco el sacramento, y si no hay sa- cramento no hay para mí matrimonio. Habrá un contrato civil, un matrimonio civil, una unión de... todo lo que V. quiera, pero no santo sacramento del matrimonio é instituido por Jesucristo, y por tanto lo quiero. No daré mi consentimiento delante de V. porque para mí es lo mismo que su señora esposa, ó una cualquiera de sus hijas aquí presentes. En ese concepto, en el de mozo asistente si ha sido V. invitado, no tengo inconveniente que asista á mi boda. —Está bién, está bien. Si no habrá entorpecimientos por eso. Le administraré á V. pues el sacramento católico tal como V. lo quiere. Venga, venga. —¿V.? ¿Pero quién es V.? —Soy el ministro de este sacramento, igual por lo menos que el ministro suyo. —No, señor. El ministro de este sacramento somos nosotros los contrayentes. Y yo que exijo la presencia de mi cura párroco y dos testigos, porque sin eso no debo casarme, rechazo en abso- luto la presencia de V., porque ante mí, católico, es V. nadie para el caso. —¿Usted no me reconoce á mí como Ministro? —¿Mío? No, señor. ¿Quién le ha dado á V. jurisdicción sobre mi? —Jesucristo, el Fundador del Cristianismo, y V. es cristiano. —Todo lo contrario. Jesucristo mismo se la ha quitado. ¿Usted Weigaud, Arzobispo de Berlín, ¿de quién ha recibido esa misión, autorización y jurisdicción? —Del Arzobispo Wiesbaden, papá de Martina, mi venerable predecesor. —Y su venerable predecesor ¿de quién la recibió? —Desu antecesor, el venerable Raesfner. —¿Y su antecesor de quién? Weigaud comprendió que su interlocutor era hombre de flema, para remontarse poco á poco hasta llegar á Lutero, valla insupe- rable, más allá de la cual no podría pasar, porque ahí se estanca todo el rebaño protestante con sus pastores, cabras, cabritillos y podencos, y cortando por lo sano, le dijo: —Usted, Coronel Hereford, no quiere casarse. Raquel palideció de muerte. Se creyó iba á ser presa de un síncope, y suspiró anhelosa.