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PA ir A lo 342 Equivocación... Martina estaba allí, aturdida, previendo el desenlace; pues si bien es verdad que Orlando seriamente le había dicho que no se casaría sino ante su Párroco y dos testigos, jamás creyó ella que la desvergitenza y el descaro de su hijo llegasen al extremo de re- chazar como si fuese un leproso al venerable Weigaud, Arzobispo sucesor legítimo de su papá, y escandalizar á toda la honorable concurrencia. El General salió en auxilo de Martina, diciendo á su hijo: —Orlando... estás cometiendo una indignidad. Ya el General creía que no dejaría de ser esto una circunstan- cia atenuante en su favor ante la logia. —¿Lo que hago es indigno? ¿de quien papá, de Dios? —De tí. —¿De mí siendo católico? Ya la Duquesa Palmira tuvo explicado sin género de duda lo que hasta entonces no pudo comprender. ¡Ah!—se dijo —sabré sitiarte. —Así me casé yo, y... El General se mordió la lengua en esa prolongada y... ¿Quiso decir y era católico? pero no lo dijo, si no que concluyó, bien pue- des casarte tú también. A Orlando se le ocurrió luego que no le había sido propuesto ni por Dios ni por la Iglesia para la imitación su cobarde catolicismo. Pero Orlando no había dado jamás á su padre una mala contesta- ción y contentóse con responderle, que él primero no se casaría, puesto que ninguna obligación ni necesidad tenía de casarse. —Pío IX—exclamó Martina fuera de sí por la ira —venga el Santísimo—con mucho retintín.—Padre Pio IX, y si no, mi hijo se casará con escrúpulo. —No, mamá. Del Smo. P. Pio IX tengo la dispensa, sin la cual no debía casarme...—con hereje quería decir, pero se contuvo. Ahora, para el acto, me basta mi cura párroco, que para el caso es lo mismo. —Pero qué más dá?—replicó el Pastor mesándose la barba. ¿No es esto la unión de los cuerpos? —Es también la santificación de las almas. ¿V. administra el Sacramento del matrimonio? —Yo administro el contrato matrimonial.
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