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CAPITULO XXIII Su padre... ó Dios NA fila interminable de elegantisimas carrozas llenaba la avenida donde estaba radicado el Palacio Bamberg. El regio salón de recepciones preparado por Martina para el acto religioso, rebosaba ya toda la elegancia, riqueza y hermosura de Berlín, y había también algunas aristocráticas fa- milias de Londres. Raquel no había salido todavía de su cámara. Cuatro Duque- sas de la más linajuda aristocracia alemana, y todas protestantes, estaban acompañándola para presentarla en el acto al ser avisa- das de que todo estaba preparado. Por causa de un billetito que se había recibido en el Palacio Klopstoch se retrasaba un coche, y á él esperaban todos. Una figura venerabilísima se destacaba por su luenga y blanca barba entre aquella espléndida concurrencia. Era el Pastor, Arzobispo protestante de Berlín. Llevaba un negro frac de irrepochable cor- te, y una pechera inmaculada. De todos los presentes era querido y respetado. Había él casado á muchos de ellos, incluso á Martina y David. Debía casar también á Raquel y Orlando, Mientras lle- gaba el coche esperado, con gracia que no carecía de malicia, en- tretenía á las mamás y señoritas, á Ladys y Misses, el buen Pas- tor, dando á cada una el pasto sabrosísimo de la adulación por su belleza, ó su elegancia. El mismo tenia allí dos hijas, riendo todas las gracias picarescas de su papá. El coche no llegaba. Alguien empezaba á impacientarse. Parece increíbe que un pepito con

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