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Novela histórica 333 No es fácil explicar lo mohina, alicortada y cabizbaja que sa- lió de la conferencia. Pero salió resuelta á poner en práctica los consejos de aquel hombre que no resumia la responsabilidad de nadie, y anunciaba víctimas infaliblemente del mero hecho. Llegó á su Palacio, y no parecía ya la misma gallina alicaida y mojada que saliera de la presencia de Bismarck, sino el gallo pre- sidente con derecho á llevar en todo y por todo la voz cantante. —Es necesario, Bamberg. Puesto que no hay más remedio, hágase. —No... no... no. Yo no puedo consentir ni ahora ni nunca. —Pero si es el mismo Bismarck quien lo dice, que está ya hecho en el concepto de todos, y que peor sería oponernos y dejarlo de hacer. —No; Bismarck permite, pero no quiere que se haga. Sabe él muy bien que no debía hacerse, que no puedo yo hacer- lo, ni consentirlo sin... no, no, no. —Eso es verdad; pero reconoce, que impedirlo, traería más fa- tales consecuencias. —Pues si se hace, yo protestaré de mi inocencia ante quien co- rresponda, y en todo caso no habrá de mi parte sino la más enér- gica oposición. No puedo, no puedo consentir de ninguna manera. —¿Pero acaso lo quiero yo? menos que tú. Sin embargo, y sa- biendo lo que media, no tengo más remedio que aparentar que lo quiero. —Tú sabes lo que hay de por medio, pero no lo subes todo. —Lo sé, lo sé. Ha dicho Bismarck que en este asunto hay una culpa grandisima, y que no dejará de haber una víctima expiato- ria para aviso y escarmiento. —¿Y lo quieres mas claro? Yo, yo si consiento, seré esa víctima, y no consentiré, —Pues si no se hace la boda habrá más de una. Con que... no consientas y adelante. ¿Donde está Raquel? No la he visto. No quiero verla. —Gritaba David. —¿Vino Orlando? : —No lo sé. —Es inútil que te opongas, Bamberg; la boda está ya hecha en las altas esferas de Palacio. —No cuentes conmigo, Martina. —Huyendo,
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