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Novela histórica 325 «Sancta et immaculata virginitas, quibus te laudibus efferam, nescio». (1) o Orlando había pensado destruir aquel cuadro inmoral, escan- daloso y blasfemo; lo cual era algo más que poner debajo de esa herética aplicación, lo que en cuadro semejante puso un buen ca- tólico que continuó allí mismo para la Reina Isabel todo el texto sacro de la Iglesia «quia quem cali capere non poterant, tuo gre- mio contulisti». (2) Isabel dejó al morir 3.000 vestidos de Reina, y en polvo de oro que usaba para su abundosa cabellera, lo suficiente para pagar un año al ejército. Su espejo, insolente, le denunció un día, que entre aquellos hilos de oro aparecía una hebra de plata... Nunco lo hi- ciera. En el acto, con arrebato de cólera, lo hizo añicos. Valía sólo medio millón. La oración cotidiana de Isabel era: Señor, dadme 40 años de reinado, después... me importa poco el infierno. Dios le dió los 40, y dos más que no supo aprovechar para su arrepenti- miento, y después de haberse merecido el titulo de «Nerón de las mujeres» murió tan impía, deshonesta y antipapista romana, como su padre. El tercer cuadro, entrando á la derecha, era el del apóstata, sacrilego, heresiarca y excomulgado Martín Lutero. Y el Cuarto, el de la izquierda, era Martín Wiesbaden, último Arzobispo pro- testante de Berlín, papá de Martina, millonario, arrogante figura por cierto. No extrañen nuestros lectores que por ningún lado aparezca la mamá de Martina. Murió antes de poder pasar á segundas nup- cias con el buen Arzobispo. Sin duda por esto también tenía Mar- tina gran simpatía con Isabel. Era como ella, hija espúrea. Orlando entró en el salón porque notó la desaparición de los retratos y aparecían los cuatro solios vacantes, como si cada uno esperarse á su legítimo príncipe. Pero no habían desaparecido los espejos correspondientes á cada cuadro. Dos soberbias lunas casi enfrente y á un lado y otro de cada cuadro, reflejaban dos veces (1) Al alcance de todos: «Santa é inmaculada virginidad, no sé con qué alabanzas ensalzarte». (2) Porque tú has abarcado en tu regazo, (el Conde) al que no cabe en el cielo,

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