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Novela histórica 323 Yo me alegro, pero no lo entiendo. Me alegro porque héme en- gañado. Creía yo que al enterarse por papá de que no estoy casado, sólo por miramiento á nosotros hubiera reprimido su disgusto que- dándose aquí esta noche, pero que después de la cena se retiraría inmediatamente para no volver más mientras estuviesen las Her- manas. Y veo que simpatizan é intiman hasta el punto de reir las dos francamente las mutuas ocurrencias. Si Raquel estuviese pre- sente, imposible presenciar esto sin celos. ¿Qué habrá en todo esto? Creo conocer á mamá. ¡Oh! no quiero adelantar juicio, pero mamá Martina me quiere tan entrañablemente como cordialmente abo- rrece mi papismo. Ella no podrá separar en mí uno de otro. No consentirá jamás que Raquel se case con un papista, pero le será tan doloroso que yo me case, me ausente, y dejar de verme... No quiero ir más allá con mi juicio, pero nada, nada me sorprenderá que hablase á papá, que hablase á Sor Francisca, y que á mí mis- mo me hablase de ella. ¡Oh! de otro modo no comprendo su actitud que extralimita la simple cortesia, y además, capaz es mamá de eso. Pero es que está ciega, y sólo ve la necesidad de quitar cuan- to antes el peligro de casarme con Raquel. ¿Es la primera que se ofrece á sus ojos Sor Francisca? y la ve superabundante para lle- nar todas las exigencias de esta casa? Pues esa; sin que para ella obste lo sagrado de su estado que desconoce completamente, y sin reflexionar que Sor Francisca, ó ha dejado, ó podría aceptar cuan- do quiera mejor partido que un manco. Es terrible, es terrible mamá. Tan lejos estaba Orlando de hacer juicios temerarios, que mien- tras Martina enseñaba todo el Palacio, para que eligiesen también juntas ó separadas las habitaciones de su mayor agrado, iba pen- sando cuanto se temía él. Y algún miramiento, prudencia, dificul- tad ó respeto tuvo Martina, pero ganas no le faltaron de decir á Sor Francisca antes de retirarse: me alegraría que todo esto fuese vuestro. Pero tiempo había de tantear las cosas, pues su idea no la echaba en olvido. Orlando había sufrido lo indecible cuando Martina, recorriendo el Palacio con las Religiosas, se acercó al salón de tronos, y en vez de pasar de largo la puerta se detuvo, abrió las dos hojas y entró hasta el fondo. Orlando dió una mirada de angustia á su pa- pá. Hereford se mordió el labio inferior agitando un poco la cabeza.

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