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24 Equivocación... á todas nos ha mandado cuidar, en nuestra esfera, de nuestro pró- jimo, y nuestro prójimo es algo más que cuerpo. —Pero siempre le dejáis el alma en libertad, sin tormentos ni malos tratos al cuerpo? —Siempre, siempre. —Acaso vos... Decidme, Sor Francisca ¿y todas las papistas piensan y obran como acabáis de decir? Me interesa saberlo. —Todas, absolutamente todas. No hay opiniones ni discrepan- cias en nuestras estrictas obligaciones cristianas,” religiosas y Cca- tólicas. —Basta, estoy tranquila y ahora os seré más franca. Pensaba en mi primera visita al hospital, poner al servicio de mi hijo, dos, cuatro, seis enfermeros de mi patria, de mi rito y de toda mi confianza, para estar yo tranquila de que mi hijo no era atormen- tado en el santuario de su conciencia. A estar yo antes aquí, mi hijo no hubiera ido al hospital como un nadie. Pero en fin, ya está. ¿Hubiera consentido esa sustitución la Jefa de vuestra her- mandad? —¿Quién? ¿La Superiora? ¡Oh! ciertamente que si; y en ello le hubiérais prestado un gran servicio material, pues actualmente las Hermanas, á pesar del refuerzo recibido de Bayona, somos pocas para atender á tantos heridos como han sobrevenido. —Pero comprended que hariais poco favor á nuestra Comuni- dad procediendo por esos fines. ¡Oh, señora! Quiero pagar vuestra confianza con otra mayor. Me atrevo á rogaros que no lo hagáis. —Nó; si no lo haré.-Me habéis tranquilizado completamente, y lejos de hacerlo, os pido que vos misma, al retiraros de aquí, ma- ñana, pasado, cuando sea, os coloquéis en la cabecera de su cama. Quiero encontraros allí. ¿Puedo esperar de vos este favor? Os que- daré eternamente obligada y agradecida. Y como la Religiosa nada contestase ni aun con la mirada, añadió: —$Si no os basta mi ruego os lo mandará el General vencedor. ¿Qué decís? -—Proceded con calma, Señora. Es disposición que compete exclusivamente á la Superiora, pues á ella solamente hemos hecho voto de obediencia. —¿Y la Superiora tendrá algún inconveniente?