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RC rra md 2 . gr po 320 Equivcocación... gracia extraordinaria que nos ha concedido el Sr. Cardenal. ¿Acaso nada debemos precisamente á las dos que me cuidaron en el principio y el fin? —Y Sor Leona sabe que yo fuí?... —Tú no las conoces. Descuida de eso como si nada hubiera su- cedido. En igual sentido, respecto á la presencia de las papistas, ha- blaba á Martina el General con grande estupefacción de ésta. No había tal boda. Todo, era delizadeza y agradecimiento de su hijo, en cuyo corazón había descubierto tesoros inagotables de gratitud. —Pues me pasma, General. De tal modo me lo habéis hecho creer, que realmente lo daba por cosa hecha leyendo tu carta y recordando nuestra última conferencia. Y ya ves, todo el Palacio he preparado en ese sentido y á ese tenor. —Bien, de todos modos servirá para Orlando, pues viene dis puesto á casar..... , —¡Ah! vamos! Hablarás de una vez. ¿Y con cuál de las dos? Al fin con Sor Francisca. Claro. —Pero si no me dejas hablar de una vez. Digo que viene re- suelto á casarse con Raquel sin miramientos á nadie ni á nada que pueda suceder. —No huy inconveniente. Suyo es todo, ahí lo tiene. Cásese cuando quiera. Pero desengáñate tú, General, si no lo estás, que se desengañe él también, y desengañaos los dos si asi mutuamente lo habéis convenido, con Raquel no se casará. —Si yo no quiero, Martina, si yo me opongo con toda mi alma como te opones tú, por el cataclismo que me amenaza. Pero ¿has pensado que también de no casarse se os viene encima á vosotros la más horrible catástrofe? No contéis con Raquel, pues está dis- puesta á una sonada, cuanto más grande mejor. —Pues la tendrá, General, la tendrá esa sonada, porque si me yiene con músicas la recibiré con cencerradas. Y si tanto se empe- ña en darla escandalizando á toda mi honorable familia, siendo la primera impía en introducir la desmoralización del papismo ro- mano, mi campanada se ha de oir en todo el reino y en todos los Ducados del imperio, desacreditándola, deshonrándola, publicando á los cuatro puntos cardinales, que lejos de ser cómplice consciente su madre, la deshereda.

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